sábado, enero 15, 2011

Lisboa

En Lisboa discutieron durante media hora en la habitación del hostal. Ella se tumbó en la cama y él se asomó a un balconcito que daba a una calle estrecha. Abajo pasaba un tipo caminando envuelto en un abrigo que parecía cálido pero incómodo. Sin razón aparente desde el balcón dejó caer saliva y le dio al hombre del abrigo en medio del cogote. El hombre notó algo, miro hacia arriba pero no sospechó. Él, para entonces, ya había entrado en la habitación. Ella estaba enterrada en las sábanas y la habitación estaba a oscuras. Abrió la puerta de la habitación con la idea de salir a perderse, a vivir un momento con cierto aire cinematográfico o literario, pero en el descansillo vio a gente sentada en el suelo. Eran tres chicas jóvenes, absolutamente borrachas y con exceso de maquillaje. Una de ellas hablaba portugués, las otras dos eran francesas. Ellas dijeron algo que él no entendió y les pidió que repitieran. Le pedían tabaco, el sonrió y pidió un momento. Entró en la habitación, saco el paquete que ella guardaba en el bolso y volvió a salir,s e acercó y les pasó el paquete, las francesas cogieron dos cada uno, la portuguesa sólo uno. Encendieron los cigarros y le pasaron a él una botella de Absolut, él bebió un sorbo explosivo e inesperado y sonrió, intercambiaron frases y le preguntaron que donde iba, él comentó que iba a dar un paseo, que no conocía casi nada de la ciudad y que iba a pasear sin rumbo fijo. Ellas le ofrecieron ir a un bar cercano al hostal de música oscura, él aceptó sin entender del todo que estilo encerraba "música oscura". Bajaron, salieron a la calle y el, inconscientemente, miró a su habitación, esperando verse aún soltando la saliva, pero lo que vio fue que en ese instante exacto se encendía la luz, supo entonces que la discusión se prolongaría infinitamente y que seguramente a la vuelta de Lisboa le relación se acabaría, pero aceptó el reto de la noche. Pocas calles más allá entraron en un bar que olía a amoniaco, sonaba una música que era una masa de distorsión y una voz lejana que parecía venir de una gruta. Los cuatro se acercaron a la barra, pidieron más Vodka. La portuguesa hacía de maestra de ceremonias, una de las francesas se mostraba simpática con él, pero le resultaba poco interesante y algo fea, la otra parecía vivir a doscientos minutos de allí, estaba no ausente sino desenchufada, como si tuviera una enfermedad terminal del hígado. El ojeó el bar, se dio cuenta de repente que a su lado estaba el tipo del abrigo y le dieron ganas de saludarle, pero no lo hizo, de cerca parecía más joven y menos terrible que desde el balcón. El hombre estaba solo y se miraron, él sintió que había sido descubierto y sintió miedo de ser apaleado en medio del bar, que de repente todo aquello fuera una estrategia del hombre del abrigo para vengarse. La portuguesa le trajo otro Vodka. Lo bebió velozmente. Media hora después las tres chicas estaban tan borrachas que resultaban absolutamente insoportables, él dijo que iba al baño y aprovechó para largarse. Le costó volver al hostal porque no había estado muy atento a la ida, pero finalmente llegó. Miró hacia arriba y no vio luz. Subió las escaleras de dos en dos y entro con cuidado, se quitó la ropa y se metió en la cama, manteniendo la distancia prudente de las noches de discusión. Un rato después sonaron golpes en la puerta, repetidos, pesados, exagerados, al otro lado las voces de las tres chicas, ella a su lado abrió los ojos asustada, el se puso en píe y abrió la puerta. La portuguesa estaba con el maquillaje corrido por toda la cara, la francea simpática se abrazó a él y la otra miraba hacia la cama, donde estaba ella mirando asustada y nerviosa. Él no supo como manejar el instante y ella le miró con desconcierto. Se puso en píe y preguntó por la situación, el no supo que decir, mientras la francesa le decía incoherencias al oído. Ella con un tono tremendo y serio le pidió que abandonara la habitación, él cogió su mochila y le dijo que mañana hablaban. Ella golpeó la puerta y el pasó la noche en la habitación de ellas. Cuando se durmieron el salió y se fue a la calle, amanecía en Lisboa. Caminó anárquicamente, entró a un café y desayunó.

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