jueves, octubre 15, 2009

Hermanos

Al mayor le llamaban Poliester sin saberse el nacimiento real de ese apodo. Al pequeño le llamaban Planeta enano, porque estaba mentalmente muy lejano, a la altura de Plutón. Poliester y planeta enano iban juntos por el camino de charcos, sin hablar el uno con el otro, tampoco con nadie en el mundo. Había la opinión generalizada de que la madre se iba a trabajar lejos, a países tropicales y que nunca estaba con ellos, pero el asunto no es cierto porque yo la vi un día con ellos dos por el camino del pozo, era media tarde y ella los llevaba a los lados. Les seguí de lejos, sin saber muy bien porque les seguía. A mi, es cierto, había algo que me llamaba la atención en Poliester. El pelo negro profundo, liso y mal peinado hacia juego con esa mirada inocente y espabilada pero de una enorme distancia. Poliester miraba desde lo lejos, por mas cerca que estuviera, como si hubiera una estepa de por medio. Su hermano era casi invisible, si la mirada de Poliester era lejana, la de Planeta enano no se veía porque vivía detrás de la mirada de Poliester y detrás de su propia mirada y detrás de medio universo. Planeta enano era mas bajito y tenía el pelo mas castaño, tenía los pómulos rosados, como si siempre tuviera mucho frío y cara de animal herido, de un animal hermoso en medio de una noche temible y que se ha escondido de la nieve y de los aullidos lejanos. Aquel dia les seguí a metros de distancia por el campo que iba a dar al pozo, siguieron el camino sin hablar y la madre se paró un par de veces a atarle los cordones a Planeta enano. Cuando llegaron al pozo siguieron de largo y yo me detuve porque se hacía tarde y pronto caería la noche y me dio miedo seguirles. Me volví corriendo a casa y no le conté a nadie que había visto a la madre de los dos muchachos. Pasó un tiempo, un tiempo en el que la vida de Poliester y Planeta enano se acumuló de leyendas extrañísimas, ellos no mutaron su silencio, su lejanía, su distancia. Lo común era escuchar que nadie cuidaba de ellos y que por eso tenían ese aspecto descuidado y desaliñado, también había madres que configuraban vidas a la madre, pero nunca alcancé a escuchar nada creíble. El caso es que ellos nunca hablaban con nadie y apenas se les veía. Salían de la escuela y se perdían a lo lejos, por el camino al pozo y luego nadie sabía mas. Un dia traté de hablar con Poliester, que iba a mi clase, pero no contestó mis preguntas. Yo creo que hablé de un jugador de futbol, luego hablé algo que había oido sobre la directora, hablé de gente que se burlaba de él buscando complicidad pero Poliester no me contestó. Me di la vuelta y pensé que Poliester era un imbécil, pero ese día al salir de clase les seguí. Seguí mucho rato, muchos kilómetros fuera del pueblo. No temí a la distancia, tampoco a la posibilidad de la noche, no temí a Poliester ni a Planeta enano. Les seguí tanto como pude. Cruzamos la carretera ancha. Cruzamos el río y seguían, cruzamos la finca de Frutos, la carretera vieja de la comarca. Atardeció lento, fue cambiando la luz. Se detuvieron en medio de la esplanada, donde empieza la meseta y donde yo jamás había llegado. Había dos arboles y en medio una chabola de madera. Abrieron la puerta y entraron. Me quedé quieto, por agotamiento y paralizado por el silencio y por la luz de aquel atardecer de invierno. Me senté en el suelo mirando la chabola. Se encendieron unas velas que daban una luz intermitente. Se fue haciendo de noche y tuve ganas de tocar la puerta y resguardarme con ellos, pero de algún modo estaba paralizado por la inmensidad de la meseta y por la luz de las velas que lentamente fue lo único visible en la noche creciente. No se que hora era. Un coche llegó desde el otro lado, las luces iban creciendo desde lo lejos como dos ojos abiertos que se van acercando desde un pasillo larguisimo. El coche se detuvo. Se abrió la puerta del copiloto, era la madre de Poliester y Planeta enano, la mujer besó al hombre que conducía ese coche que reconocí. Se besaron un rato, el hombre trato de quitarle el jersey pero ella hacia gestos de silencio y se bajó del coche dando un último beso al hombre. Ella se metió en la casa y ese coche, el coche de mi padre, giró y se fue perdiendo en la esplanada infinita de la noche.

No hay comentarios.:

Mi lista de blogs

Afuera