viernes, octubre 23, 2009

Ofelia

Ofelia era un desenfreno. Ofelia era frenesí. La primera vez que oí hablar de Ofelia fue por la famosa anécdota que tanto tiempo anduvo a nivel del susurro por los pasillos del edificio donde vivíamos en aquella época. Ella se acababa de mudar al primer piso y alguien contó que la muchacha se había asomado por la ventana y a gritos pedía sexo con urgencia. Nunca pude certificar si aquello fue real, lo que si pude comprobar mas de una vez era que Ofelia iba a dos mil o tres mil por hora. Un día Ofelia, sin conocerla, nos invitó a entrar en su casa a un vecino y a mi. Nos dio de beber, nos dio mucho de beber. A menudo estaba sola en aquella casa acompañada por dos personajes que potenciaban la sensación de estar entrando en una escena de una película de serie z, una era una mujer mayor que parecía mas que una mujer de servicio, alguien que se ocupaba de la complicada Ofelia. EL otro era un hombre muy mayor también que hacía las funciones de Chofer. Bebíamos descarnadamente mientras aquella peculiar pareja veía una película a dos o tres metros de nosotros. La actitud del chofer y de la cuidadora de Ofelia era llamativa porque a pesar de que Ofelia hablaba a gritos y nos ponía bebida a ritmo esquizofrénico, ellos se mantenían atentos a la pantalla, jamás giraban, aunque era evidente que ellos prestaban toda su atención a lo que sucedía entre nosotros tres. Yo estaba muy borracho y callado, mi vecino, sin embargo, trataba de seducir a Ofelia influenciado por la fama que tenía de ser adicta al sexo y por ser un tipo desagradable y sórdido. Si yo me mantiene callado era porque sus métodos me resultaban vomitivos y primitivos, y porque todo aquello me parecía extraño. Ofelia sin embargo iba a otro ritmo, Ofelia no tenía límites, pero Ofelia era lista. miraba al vecino con indiferencia y le driblaba con precisión sin que mi vecino se diera cuenta de que en aquel partido de futbol iba perdiendo por 9 a 0. Entonces Ofelia, que era caprichosa y tenía aquel micro reino surrealista creado por la madre ausente, decidió elegir al callado, se encaprichó con el vecino tímido con el que bebía y no hablaba y se lanzó encima de mi. Se sentó en mis piernas y comenzó con las primeras secuencias del rodaje de una mala película porno (En este caso sobra el adjetivo, esta por ver la primera buena película porno) en el que los espectadores eran mi vecino, el chofer y la cuidadora de Ofelia. El vecino miraba atónito, se puso en pie, abrió la puerta y se largó. La cuidadora y el chofer no miraban, mantenían la atención en una escena de acción donde Arnold Schwarzenegger se enfrentaba a un montón de gente. Mantuve el tipo un rato, aquello me parecía bien. Ofelia, y en eso todo el mundo estaba de acuerdo, era muy atractiva a pesar de su locura. Con cuidado le solicité un cambio de escenario y giré mis ojos hacia la pareja que seguía atenta a las aventuras y desventuras del gobernador, pero Ofelía no, a Ofelia no era, seguramente, yo lo que le atraía de la escena, sino que le atraía la escena en sí. Así que el desarrollo de lo que vino me mantuvo en un debate intenso durante bastantes minutos y Ofelia no colaboraba con mi pudor y sonorizaba con poca credibilidad todo lo que acontecía. No recuerdo como terminó aquello, estaba muy borracho y bastante desconcertado. Tuve mas encuentros con Ofelia. Siempre acompañados de mucho alcohol y de bastante irrealidad. Luego Ofelia se fue diluyendo, fue desapareciendo, la última vez que me crucé con ella me llevó a su casa y bebimos muchísimo, hicimos el amor en el suelo del pasillo, después llamó al chofer y le dijo que nos llevara de madrugada a un barrio, en el coche mientras el tipo atravesaba no hablábamos, entramos en uno de los barrios mas peligrosos de la ciudad, ella se bajo casi en marcha en medio de un callejón y tardó un rato en volver a aparecer. Traté de hablar con el chofer, pero el tipo apenas contestaba con monosílabos. Pasó mucho rato y Ofelia apareció de nuevo. Volvimos al edificio y yo me largué por otro lado. Al tiempo la vi en el ascensor, me miró como el que mira desde lo alto de una montaña una luz ínfima en la ventana de un edificio de la lejana ciudad. Estoy seguro que no me reconoció, no sabía quien era. Subimos varios pisos y cuando ibamos por el septimo yo caí en cuenta que Ofelia vivía en el prímero, la puerta se abrió en el decimo, que era mi piso y me despedí y me bajé. La puerta se cerró y no se si Ofelia seguiría bajando, subiendo o si tan sólo las puertas se cerraron y ella se quedó ahí.

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