domingo, marzo 29, 2009

Prehistoria de Federico

Federico se largó de casa con quince años lo cual fue tomado de manera absolutamente trágica por parte de la madre y militarmente violenta por el padre. Federico se fue, si, pero además se escapó con la chica de servicio con la que durante una semana tuvo un romance encendido en las madrugadas de aquella casa. Federico conoció con Julia el sexo, pero también una descarnada forma de amor. Federico conoció la sensación de fantasía visceral, pero también conoció la paternidad o la iba a conocer unos meses después. Dirigido hacia una educación preparada con años de anticipo, Federico no acudió a un destino pre-escrito por su padre. Hombre respetado y serio, el padre de Federico había dirigido una buena parte de sus pensamientos los últimos años a convertir al menor de sus hijos en la brillante estrella que gobernaría el grupo empresarial que con tanto esfuerzo había sacado adelante sabedor de que los hermanos de Federico distaban de ser personas brillantes, el hombre dirigió toda su fe a ese chico que desde pequeño dio muestras de brillantez e inteligencia. Federico era hábil mentalmente y aunque, a veces algo enérgico en sus emociones, mostraba una capacidad racional digna de elogio. Y quizá en ese capacidad analítica fue donde descubrió que lo mejor era largarse a tiempo, de la mano de Julia, sin ser visto, una madrugada del medio de una semana cualquiera. Nunca hay fecha para abandonar el destino, porque Federico sospechaba que el destino era un asunto invisible y de tan invisible estaba, siempre, ausente y bajó hasta la cocina, recogió a Julia, salieron al garage y encendieron la furgoneta del hermano mayor de Federico. Dos horas mas tarde estaban a dos horas en coche de la ciudad, por una carretera que Federico no conocía, porque bien visto Federico poco conocía mas allá de las pistas de Tenis del club o de otros clubs. Para Federico, hasta entonces el universo se acababa en la red, el punto exacto dónde comenzaba el lado donde, habilidoso, solía pasar sus pelotas. Conducía en la noche, con un fajo de billetes en el bolsillo y con la mano de Julia en la rodilla. Ella había elegido el destino, no el de ellos dos, sino el de la furgoneta que los llevaba. Un pueblo cercano a la frontera, donde hasta los trece años había convivido con la guerrilla y con el narco. En el fondo Julia tenía un plan que jamás se cumpliría. Calculaba doce o trece horas de viaje, con lo cual alcanzarían el pueblo ya de día, bien entrado el sol. Había un sitio cerca del río donde de momento podrían habitar, una casa pequeña donde vivía una tía lejana de Julia que llamaban la Chepita. La Chepita no preguntaría, porque allí, en realidad, nadie pregunta, ni siquiera nadie especula. Federico comprendía que el mundo, pasada la red que separa los dos campos tenía mucho de nebuloso, a pesar del sol y el calor que entraba por la ventana.

A mediodía llegaron al río a las afueras del pueblo, nadie les vio, pero si se vio la furgoneta, que en medio de esa vegetación parecía un animal futurista, si es que existen animales futuristas. Aparcaron, se bajaron y Federico en un gesto irreal, épico, pero exagerado, acarició el vientre de Julia, sintiéndose padre de antemano o con demasiado anticipo. Entraron, Chepita escuchaba una emisora de radio que parecía venir del año cuarenta. No miró, Chepita vio dos fantasmas, como eran el resto de seres humanos, fantasmas de un mundo al que era mejor no visitar demasiado. Julia abrazo sin respuesta a Chepita, Chepita miró sin atención a Federico que en ese momento comprendía que aquello parecía mas el final del primer set que un break a favor. Un set, que extrañamente, no sabía si había ganado o había perdido, pero que en cualquier caso se había decidido en el Tie Break. Federico, salió afuera, un perro pasó a su lado con desgana y se sentó en el suelo. Cerró los ojos y pensó en su hermana, que esa noche, en el momento de robar la furgoneta aún no había llegado. Sabía que andaba con Raúl y Federico comprendió que Raúl se tiraba a su hermana e imaginó, sin quererlo, a Raúl encima de su hermana y contó hasta diez para deshacerse de la imagen. Salió Julia y le preguntó si quería que le preparara algo y Federico sintió el servicio en Julia, de repente ya no era la Julia de la última semana, sino de nuevo era la muchacha que le preguntaba por lo que le apetecía comer. La miró y sintió ganas de insultarla, como si de repente se sintiera engañado, Julia esperó una respuesta que Federico jamás dio. Ella se sentó a su lado y le tocó el pelo entonces Federico no pudo evitar la erección. La agarró y la llevó dentro, cruzaron una puerta mientras Chepina seguía escuchando ese programa que venía del año cuarenta. Se lanzaron a una cama que a Federico le olía a miseria. Empezaron a hacer el amor en ese colchón que acompañaba con sonido de muelles. Al terminar ella se levantó y desapareció y Federico sintió ganas de jugar al tenis. Se puso en pie, caminó hasta la cocina, agarró una sarten vieja y con sus calcetines hizo una pelota. Salió fuera y empezó a jugar al frontón de esa manera compleja.

Hoy, Federico gobierna esa zona de la frontera, tiene el control del narco en ese estado. Es temido, si, pero también respetado. Cada domingo juega a primera hora en unas impresionantes pistas de tenis que mandó construir al lado del río, encima, exactamente, del terreno donde años atrás estaba la casa de Chepina. De Julia nadie sabe nada.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bravo por Julia, "que dirigía el destino, no el de ellos dos, sino el de la furgoneta que los llevaba". Excelente esa oración, no entiendo por qué me gustó tanto!


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