jueves, marzo 12, 2009

El Señor Trout y su hijo Squid

Sucedió de esta manera:

En Madbar, un pueblo lejano pegado al mar, vivió aquel hombre. Un hombre bueno, como suele decir mi abuela e incluso mi madre para referirse a ese tipo de personas. Definir buen o mal hombre es tarea compleja, pero hay personas que les acompaña el adjetivo sin lugar a discusión, sin debate posible. Aquel era un buen hombre. Saltaba a la vista. Su cara era la de una buena persona, esa cara peculiar y única de las buenas personas. Así era el Señor Trout y así le trataban todos los del pueblo al señor Trout. Gente que vivía, casi todos, del mar, de lo que da el mar, pescadores que vendian lo que conseguian en las madrugadas a los camiones que venian de la capital en busca de pescado para llevar a la gran ciudad. Esa gente que lee el mar de otra forma.Como un extraño y atractivo libro con frases curvas y que se deshacen de manera irregular en la orilla. Gente que el resto del dia lo pasaba entre calidas conversaciones frente a la leña en invierno y frescos paseo al atardecer en verano.

El señor Trout vivía con su mujer y su hijo pequeño, el entrañable Squid, amigo de ciertas fantasías y lugares irreales y gran conversador con los árboles. Acompañándoles diariamente en las tareas cotidianas que tan lejos sucedían de su lugar de trabajo, el mar adentro e inculcándole a su hijo ese placer irrepetible de la lectura, esa pasión que tanto arrastraba al Señor Trout por ese vicio sano, ese arte elevado, como le gustaba decir con el pecho hinchado, sintiéndose orgulloso de esa amor. A menudo en la noche se sentaban en la mesa y el leia con pasión libros que el ya habia leido años atras o que leia por por primera vez. Que leía con un tono entre alto y delicado, como el que contiene con las palabras pronunciadas un objeto delicado y valioso. Mirando arriba, abajo, a los lados y apoyando con gestos amplios de brazos cada frase, cada puntualización, mirando al pequeño Squid, trasmitiéndole esas emociones que traducía de las páginas que Squid aún no podía comprender y que tanto misterio contenían para él. ¿Como podía ser que todo ese sucediera en aquellas páginas que su padre contenía entre las manos?. Al final de la lectura y poco antes de ir a la cama entre todos comentaban apasionados las aventuras que habian vivido los protagonistas de esos libros y se despedían con el sabor de haber vivido esas aventuras como algo personal, como algo suyo. Squid muchas veces se acostaba en la cama sintiendo que como aquel personaje, el también había atravesado el mar, él también había vivido en aquella Isla, él también había alcanzado esas ciudades de nombres enigmáticos, difíciles y extraños, pero extremadamente atractivos.

Un dia al regresar del mar, una mañana lluviosa, de mar agitado, de poca pesca y de enorme agotamiento para el Señor Trout, abrió la puerta y se encontró el rostro preocupado de su mujer. Esta le miró y le comunicó que el niño estaba en la cama, dormido, con mucha fiebre. EL médico de Madbar había pasado por allí y no sin cierta preocupación, le dijo a la mujer que aquellas fiebres eran altas, muy altas, que habría que esperar un par de días y sino salir hacia la ciudad y consultar y realizar unas pruebas porque el médico había notado algunos síntomas algo preocupantes en Squid y era incapaz de dar un diagnóstico. El Señor Trout sintió una marea, una marea gigante que golpeaba a estribor, un viento violento que agitaba las velas y movía la corriente anarquica, sin sentido, indescifrable. Entró en la habitación de Squid, le vio arropado, con los ojos cerrados, sudoroso. El hijo abrió levemente los ojos y le hizo un gesto que conmovió al buen Trout. Trout se acercó como solicitaba Squid, desde la cama. El hijo le miró con esa devoción que sentía por su padre y con la voz reducida por la fiebre y el agotamiento le dijo:

.-Papá. Leéme algo. Leeme por favor, pero esta vez quiero que me leas algo que has escrito tu.

El señor Trout pasó dias agitado, su hijo estaba enfermo, con fiebres altas que no bajaban y el queria cumpliar la petición que su hijo le habia hecho, una peticion hermosa pero una que no se sentía capaz de cumplir. "no tengo imaginación para crear una historia" se decia" me encanta leer, pero soy incapaz de crear algo" Pensaba con el mar como suelo, mientras el y sus compañeros trabajaban, entre mareas y vientos, entre amenazas de tormentas y cielos oscuros. Así pasaba los dias y las noches. Preocupado por ese niño que no cedía en sus fiebres. En alta mar, con su barca, mientras pescaba pensaba una y otra vez, buscaba en su imaginación, como un mar en el que no se encuentra pesca. Un mar donde sólo encontraba vacío. Así esperaba, como ese pescador al que apenas queda paciencia, sospechando que esas aguas no esconden nada.

Una madrugada, arropado y mientras llovia, sosteniendo una caña de pescar en la mano, sintio que el nailon tiraba duro, he pescado uno bueno, se dijo. Tiro, tiro fuerte, casi se cae, hasta que empezó a recoger. Del fondo del mar, agarrado por su anzuelo vio venir algo sorprendente. Un monton de palabras, unas palabras detrás de otras que si se iban leyendo formaban una historia, una historia que el a su vez iba trascribiendo. Comprendio que a su oficio, el de pescar le podia unir otro oficio, el de pescar palabras, pescar historias. Según recogía el nailon seguia viniendo un hilo de palabras, que formaban aquellas frases, que formaban aquella historia. Al llegar su casa, horas después entró en la habitacion de Squid se sentó al borde de la cama y habló a su hijo. Le contó lo que le habia ocurrido. Lo contó como cuando leía. Moviendo los brazos, moviendo el cuerpo. Hablando elevado a veces, despacio otras. Susurrando en momentos puntuales:

.- ... Y así, así salían unas detrás de otras. Una frase, otra frase. Así podré contarte una y mil historias, Squid. Cada vez que salga vendré con una de esas historias para contarte. Lanzaré dos anzuelos, un para la pesca, otro para las palabras. No sabes, Squid. Allí, dentro del mar están todas y las iré sacando pequeño muchacho.

A la mañana siguiente las fiebres de Squid comenzaron a bajar y Madbar siguió su vida junto al mar, un amplio y gigante mar de letras para el señor Trout.



Para Illot, que como Trout, es un buen hombre

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No creo que sea ninguna coincidencia que esa gente que vivía del mar tuviese nombres de animales marinos.

De alguna manera les salís mejor pescar palabras que homónimos.

¡Bravo por el señor Trout!


CL

illot dijo...

Gracias H.S.
Está bonito de verdad.

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