lunes, febrero 02, 2009

Meseta

La casa quedaba en medio de una amplia meseta. A los lados únicamente una extensión inabarcable de tierra y una vegetación extraña que la vestía. Me abrieron la puerta dos ancianos que apenas hablaron, me ayudaron con mi mochila, cosa que resultaba innecesaria, porque pesaba poquísimo. Cruzamos la puerta, como ya casi era de noche había algunas luces encendidas. Pensé que no había nadie mas y así me lo confirmaron los ancianos con ese acento tan profundo que me costaba entenderlos. Me llevaron hasta la habitación en la que iba a dormir yo y me dijeron que no tardarían en llegar, que esperara. Dejé la mochila en el suelo, saqué una aspirina para el dolor de cabeza y cuando me di cuenta los ancianos ya no estaban. Bajé hasta el salón y me asomé a la puerta. Los ancianos se habían evaporado y sentí algo extraño al verme sólo en esa casa en medio de la inmensidad. Caminé alrededor de la casa. Las luces que habían dejado encendidas los ancianos le daban un resplandor al entorno de la casa suficiente para no golpearse con nada y poder intuir por donde lanzar los pasos. giré varias veces alrededor, me quedé apoyado en el único árbol cercano. Miré la oscuridad y el resplandor de la casa, no había mucho mas que mirar. Miré a lo alto del árbol y descubrí algo desconcertante que tarde en descifrar. AL principio miré y vi una mancha que colgaba de un rama, luego comprobé que eran unos cuántos libros atados extrañamente entre si y colgados por una cuerda de una de las ramas mas altas. Tuve el impulso de trepar y ver que libros eran esos, pero aguanté. Podría ser extraño que llegara la gente y me vieran en lo alto del árbol. Me despegué del árbol, caminé un poco oscuridad adentro. Una inmensa mancha negra crecía delante de mis ojos. Ví que a lo lejos, a muchos kilómetros de ahí una mínima luz se movía. ¿Un coche en la lejanía?, algo así supuse, pero siempre resultan extrañas las luces, incluso los seres humanos cuando se les ve de lejos, a kilómetros de donde sucede su movimiento. Miré ese movimiento lejano, esa luz deslizándose como culebra en medio de la oscuridad. Por el cielo pude ver la intermitencia de unas luces rojas, un avión cruzando el cielo de la meseta. El movimiento del hombre en la tierra. Escuché el sonido de un motor acercándose, ese efecto deslumbrante del sonido desplazándose en dirección a nuestros oídos. Supuse que era la gente que ya llegaba. Poco tiempo después vi las luces de ese coche que se acercaba a la casa, recorrí los metros que me separaban de la puerta. Era una camioneta idónea para esos caminos de arena y accidentados. Bajó un hombre con sombrero y una mujer, parecían de una época inexistente, de un futuro caótico y desalentador. Su aspecto me resultaba incomprensible, desde la camioneta venía una música que era una mezcla desquiciada de estilos tropicales. El hombre me miró como miran los hombres de poca monta en las películas, la mujer actuaba como si su obligación fuera seducir a cada uno de los hombres del planeta, tarea que jamás conseguiría. Me miraron y me preguntaron quien era yo, contesté:

.- Hablé con ustedes. Vengo de la capital. Hablamos del estudio que estoy haciendo y ustedes me iban a ayudar. He llegado hace un rato.

.- Creo que se equivoca. Nosotros no somos de la finca. Venimos a buscar a los de la finca.

Descubrí, con alivio, que esos no eran mis anfitriones. EL hombre me miró con intención de intimidar. La mujer estaba detrás de él. Hay algo patético en determinadas parejas. Son esas parejas que parecen un boceto erróneo, una mal experimento o el experimento de un niño aburrido en una tarde de verano, que descubre que mezclando un refresco con jabón y algunos productos mas de limpieza el agua se convierte a un color realmente indescifrable. La mujer tenía una marca en la cara, una cicatriz casi invisible en una mejilla y sentía protección únicamente detrás del hombre del sombrero, el único lugar en el mundo donde no sentía miedo. El hombre del sombrero guardaba su virilidad debajo del sombrero, como protegiendo algo de gran valor, mirando al mundo, al cosmos, a la oscuridad sobre la meseta como un enorme e invisible enemigo.

.- Agarre sus cosas y lárguese de aquí, amigo. Las cosas andan feas para un capitalino turista.

Les miré y no contesté, ¿Qué se contesta a eso?, creo que hice un gesto. Y miré a la mujer por la que de repente sentí algo extraño, debajo de ese aspecto patético de seductora venida a menos vi una mirada que me dejó congelado, jodido. Lejanamente vi una niña en medio de la nada, una mirada insoportablemente triste, una mujer que acepta un destino que no existe y que sin embargo la maneja anárquicamente por el medio del universo, como una camiseta en una lavadora, como un bote de cerveza que un desalmado a lanzado al mar y este se traslada sin intención, empujado por la marea y por unas olas que revientan en la playa. El hombre del sombrero me miró de arriba abajo, se giró y la mujer le siguió. No hablaron, arrancaron la furgoneta y se largaron. Me quedé escuchando el sonido del motor perdiéndose en medio de todo eso. Volví al árbol, me apoyé y sin querer, volví a mirar arriba en el árbol, ahí seguían ese cúmulo de libros atados a la rama mas alta. Hubo silencio, un silencio que parecía que jamás fuera a terminar. Pasó mucho rato. No llegaba nadie. Recordé a los ancianos y traté de averiguar donde se podían haber metido. Recorrí los alrededores de la casa. De repente escuché un par de tiros que fui incapaz de descifrar de donde venían. Sentí miedo por los tiros y por desubicación, ¿Dónde estaba sucediendo eso?. Me metí en la casa, me senté en el salón y sentí unas ganas enormes de largarme de ahí. Miré la biblioteca tratando de despistarme, de relajarme. Descubrí que la mayoría de los títulos eran religiosos. En ese momento se abrió la puerta. Un hombre sangrando entró, me miró desconcertado, pero en seguida me preguntó mi nombre, me miró y me dijo:

.- Corra. Lárguese de aquí. ¡¡¡Corra, corra!!!.

Miré y y salí. Arranqué el coche y deshice el largo camino de tierra a una velocidad que no estaba acostumbrado a conducir. Alcancé la carretera. Miré a los lados, no venía nadie y giré. Conduje toda la noche. 22 horas después llegué a casa. Me tumbé en la cama y me quedé dormido. Jamás recuperé mi mochila.

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