domingo, febrero 08, 2009

Historia incierta

A los 19 años era alcohólica. A los 22 estaba enganchada a la cocaína. A los 25 cambió de estilo y se enganchó, primero a la Ketamina, luego a la heroína. A los 32 su vida, bien visto, estaba destrozada. Vivió en el DF, en París, en Londres, en Caracas y en Madrid. Volvió al DF, huyó del DF. Volvió a Londres y no soportó mas de 3 meses. Cambió de color de pelo, cambió el peinado. Casi al azar se largó a vivir a Budapest. En Budapest conoció a un mexicano que escribía cuentos, que era un terrible escritor de cuentos cortos, pero una gran persona. El adoptó postura paternal los días mas fríos de aquel invierno y escribió una serie de cuentos con la droga como inspiración. El se hizo adicto, ella se largó. Vivió en Lisboa. Se enamoró de un portugués que quería ser francés que trabajaba en banca pero que en los ratos de ocio pintaba cuadros con mótivos indescifrables y usando basicamente el negro y el azul. Ella creyó enamorarse, el no. Terminaron amigablemente, pero jamás se volvieron a ver. A los dias en un pueblo de extremadura, llamó al mexicano de Budapest, nunca se enamoró de él, pero sentía un inmenso cariño, el le suplicó que no volviera a aparecer, pero que le diera su mail pero enviarle los últimos cuentos: "Contesta el mail, sólo, si te gustan". Jamás contestó. Vivió en Granada, tuvo un romance frenético con el batería de un grupo relativamente importante en el submundo underground. Granada le pareció semejante al desierto, hermosa y terrible. Ahí comenzó la heroína. Vivió en una casa abandonada. Creyó volverse creyente y rezaba después de pincharse mirando a una luz que realmente no existía. Se fue del Granada y volvió al DF. Se encontró con su padre, se encontró con su madre y con su hermano. Cada uno a su modo, la invitaron a cambiar de vida. No aceptó ninguna de las invitaciones. Se quedó viviendo en un apartamento vacío que la familia tenía en la Colonia del Valle. Su madre fue un día, se la llevó a un brujo, o algo que ella creyó ver como un brujo y que la madre llamaba "La guía" . Recorrieron la carretera en dirección a Oaxaca. Llegaron a la costa de Oaxaca, llegaron a un pueblo en la costa de Oaxaca, llegaron a una casa en medio del monte en ese pueblo en la costa de Oaxaca. Era una casa humilde, abrió un niño pequeño que la miró como se mira una luna en cuarto menguante. Apareció un hombre con barba canosa, poco pelo, pero el suficiente para no ser calvo, y extrañamente elegante. Durmieron, comieron, caminaron por la playa la madre y la hija. No hablaron, jamás hablaron. Ella pensaba en las luciernagas, en las luces y las señales de tráfico, la madre suponía que había una comunicación no verbal. Ninguna sacó nada claro. La segunda noche el hombre se sentó con ella, la madre estaba con el niño afuera de la casa. El hombre le dijo que el no podía hacer nada, que su madre tenía mucha fe en él pero que él no podía hacer nada por ella. Que el sólo sabía ayudar con los hongos y que lo que menos le convenía era comer hongos. Le pidió que hicieran el teatro con la madre, que su madre le mantenía por esa extraña y poco clara fe que tenía en él. Que le hiciera creer a su madre que le había ayudado a desengancharse. Ella le miró. A los tres días la madre volvió al DF, ella se quedó a vivir allí. Sin sospecharlo, vivió el resto de su vida allí y la madre creyó eternamente en el poder sanador de "La guía". Ella y el no, pero a menudo hacían el amor y fueron relativamente felices. El niño terminó creciendo y viviendo en el DF, hoy es conductor de un Taxi.

1 comentario:

Anónimo dijo...

En D.F. todos terminan de taxistas, aunque así comienzan las historias de muchos existosos en el 3er mundo. De cualquier forma, el final de esta pudo ser más trágico. Agradezco los finales no trágicos, por lo que leerla me ha hecho bien.


C.L.

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