martes, febrero 17, 2009

El perfume

Tanta gente me comparó después con Jean-Baptiste Grenouille . Tantas burlas hubo luego, tantas risas e incluso distanciamientos. Hubo quién dejó de llamarme, de quedar conmigo para tomar algo una tarde cualquiera. Yo era una mala versión del malo de Jean-Baptiste Grenouille. Una versión real de un personaje de best-seller. Eso me decían los íntimos entre risas, eso pensaban los otros entre malas intenciones y habladurías de pasillos. Y estas historias siempre se engrandecen y hubo quién me creó un pasado tortuoso para explicar mi conducta. Hubo quién noveló con la personalidad de mis padres, con mi infancia. Hubo quien inventó episodios traumáticos en mi adolescencia, maltratos que no existieron, amores obsesivos, una mujer perversa. Inventaron eso y mas.

Sin embargo todo es mucho mas sencillo. Mi pasado no es un camino de espinas. Mi familia es equilibrada. Mis padres fueron gente preocupada en darle una buena educación a sus hijos, mi infancia fue normal. Futbol, bicicleta y amigos. Mi adolescencia fue como toda adolecencia. Algunas espinillas inoportunas. Descubrimiento del sexo. Notas medias, ni malas ni brillantes. Buenos amigos, las primeras borracheras. Algún inoportuno romance, algún mal de amor, alguna novia prescindible. Romántico, eso si. Romántico hasta el delirio. Hasta el tuétano. Y si a algo hay que culpar de aquel episodio es a ese excesivo romanticismo. No se busque mas. No hay mas.

Me gusta caminar. La primavera tiene ese poder casi hormonal. Se adueña casi de tus emociones. Te sube el animo, te pone la piel rozando con la realidad. En invierno todo se aleja. Está el abrigo, el jersey, la camisa. En primavera la piel se rebela y percibe a mil por hora. EL olfato se dispara. Primavera es flor. La piel y el pétalo. El perfume y el olfato. No goberné yo, gobernó la primavera. Yo simplemente caminaba, dirigido por unas hormonas enloquecidas. La acera era un museo. Pasaban todas esas chicas tan atractivas, tan estrenando la ropa de temporada, los nuevos trapos de moda, media tarde y el sol se va, la tranquilidad de los dias mas largos. Salir de trabajar y aún hay sol y la gente que camina despreocupada. Las chicas que van con sus bolsas preparando el verano que viene allí, por la esquina de la calle. Y yo camino, sólo camino, observo y siento esa leve felicidad que sabe dar la primavera. Todo pesa menos. Se va tan liviano. Parece todo mas hermoso. Las chicas si, las chicas que pasan, pero también las calles, los árboles que también se visten, el lento atardecer, algunos que se asoman a sus terrazas a ver el tráfico de gente en las aceras, que van y vienen. y de repente un perfume, un olor que me invade hasta el último recoveco del cerebro. Camino detrás de una mujer hermosa. que camina como si fuera una leve brisa en la tarde, casi no toca el suelo y yo que huelo, que me invade su perfume que nunca había olido. Un perfume novedoso y único y sin querer que voy detrás. A unos metros. Me gusta el olor y si sigo es por el olor. Ya no gobierno yo. Gobierna el olfato. Evito seguir, pero aquí no mando. Aquí hay una fragancia que va sobrevolando invisible la calle y yo que casi poniendo la nariz en alto, lanzándola hacia arriba, voy detrás. Y la mujer avanza por la calle, a su ritmo, ajena a los otros, pendiente de su ritmo, emitiendo esa esencia al mundo y mi nariz que ordena y dirige, ya no marco el paso, el paso lo marca esa marca de perfume caro que va dejando un camino invisible. La mujer que gira en una esquina y mi nariz que gira en una esquina. La mujer que gira en otra esquina, mi nariz que gira en esa otra esquina, mis pies no paran. Los pies los mueven ¿flores de tiaré?, ¿madera de Cocobolo?, ¿ámbar?, ¿almizcle? ¿jacinto?, ¿Violeta?, alguna esencia invisible. Arriba, mi cabeza sospecha la verdad, soy indiscreto, mi conducta es peligrosa. Persigo sin querer perseguir. Si algo quiero es detenerme y nada mas me hubiera gustado que lograrlo, pero ese camino invisible entre su cuello y mi nariz tiene un poder sobrenatural en mis piernas y sigo. Otra esquina, otra calle, camina hacía al centro, se detiene en un escaparate donde se pueden ver unos vestidos de verano y mi nariz se detiene a cinco metros, conservando la minima distancia de seguridad. Es en ese instante que ella comienza a sospechar. Mira hacia atrás y duda. Arranca de nuevo. Gira en otra esquina, alcanza la avenida. pasado un rato vuelve a mirar atrás y ahí va mi nariz. Se desvía en otra esquina y mira de nuevo, acelera el paso y yo que casi le explico, pero no sabría explicar. Me dan ganas de avisarla que no soy yo, que no tema, que sólo sigo el rastro y alcanza un parking público y se detienen en la ventanilla y paga y de nuevo mira y ahí que voy yo, a unos pocos metros, siguiendo ese camino invisible que ella va trazando. y ella acelera el paso hasta dónde un hombre uniformado la atiende y yo que voy sin querer ir y de repente, media hora después, estoy presentando declaración en una comisaría del centro y trato de explicarme pero quien se explica. No fui yo, no había mala intención, el único fin era esa esencia, esa fragancia, no quería nada mas y el policía que me mira y duda y se pronuncia a si mismo, como no dando crédito "No tienen antecedentes. No los tiene" y en algún momento días después todo se acaba, eso si, desde entonces soy Juan Bautista Rana, "el rana" para los intimos. Una traducción poco graciosa y despreciable del famoso personaje. Cúlpese, si, a esos sofisticados perfumes. Sólo a ellos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Será posible que todas sus entradas me parezcan brillantes, Sr. Henry?

Hace poco vi esa película y me ha gustado tanto que la ví por segunda vez al día siguiente. Verá, es que me sorprende que hayan logrado tan existosamente hablar de algo tan intangible y lejano como un perfume en un video!

En fin. Bravo, H.S. Lo ha vuelto a hacer.



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