miércoles, abril 30, 2008

Perseguidores

Se encontraron al lado del río. Era un día húmedo y gris, apenas se saludaron hicieron con toda la brevedad posible del mundo el intercambio y se volvieron a separar. Uno cruzó hacia el centro, el otro no se sabe donde fue. El que fue hacia el centro se metió en un restaurante asiático de precios bajos, el comedor estaba en el sótano y a esa hora estaba atestado de gente de las oficinas cercanas que comía con cierta rapidez y que mientras hablaban de conversaciones de las que nadie, jamás, se acordaría. Pidió un California Maki una cerveza y comió con rapidez. En una de las mesas vio a un hombre comer y leer un libro en castellano o un idioma que a el le pareció castellano. Terminó de comer, pagó y salió a la calle, había empezado a llover y caminó hacía una estación de metro cercana. Compró un billete y se fue hacia Clapham. Salió, seguía lloviendo, recorrió unas cuantas calles que en ese instante le parecieron tristes, o algo diferente pero cercano a la tristeza. Sintió que en realidad todo era un error, esas calles, esa lluvia, ese ruido, que su propia vida era un fallo, un desvío, una alteración innecesaria, un desorden del destino. Miró de nuevo el papel, verificó el nombre de la calle y siguió caminando. Britannia Close. De repente comenzó a llover aún mas fuerte, se tapó la cabeza con la capucha de su abrigo y suspiró. Esperó en la esquina, al principio de la calle, o al final, donde muere, donde deja de existir, donde la calle cambia de nombre y ya es otra. Vio entonces la figura que debía reconocer, la misma y única manera de caminar. Los pasos golpeando el suelo, las suelas chocando contra las gotas de lluvia que resisten en el suelo algunos minutos, como mucho algunas horas, antes de desaparecer. Se olió las manos, sintió el olor que aún arrastraba de la comida del restaurante. Recordó, sin saber porque, el título de ese libro que había visto en el hombre que comía en el restaurante y que el sospechaba que era castellano. Recordó a ese hombre y supo, en ese instante, lo comprendió como se comprenden las cosas, de repente, casi sin transición, una puerta que se abre y se ve una sala nueva, una habitación que desconocíamos, un lugar que era invisible y que solo la puerta nos desvela con facilidad e instantáneamente. Así, con esa misma velocidad, con esa misma claridad comprendió que ese hombre era el que en ese instante estaba colocando el cañón de una pistola en su nuca, no se dio la vuelta, no hizo falta, lo comprendió. Suspiró y vio que la figura, la otra figura, la de la que el estaba pendiente, la que el ahora debía perseguir se perdía por la otra acera bajo la lluvia de Londres. Suspiró mientras sentía el peso del metal, ese frío que bajaba por la columna y que le producía una sensación parecida al vacío. Cerró los ojos, aunque supo también que esa pistola jamás sonaría, jamás retumbaría en esa esquina. Volvió a recordar el título impronunciable, complejo, lejano, indescifrable pero que recordaba letra a letra: "La invención de Morel”

1 comentario:

stel dijo...

recomendable el libro? en la eiquipedia lo dejan más que bien (yo no lo conocía :$).

de momento dejamos el tema en "adivino en prácticas" jeje.

un beso,

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