jueves, abril 17, 2008

Noche en Berlín

Madrugada en Berlín. Es la primera noche de su vida que está en esa ciudad. Ha venido a acompañar a un amigo que tiene que entregar un trabajo, el ha aprovechado los dias libres que tenía para coger un vuelo barato y conocer esa ciudad que tanto le apetecía conocer. Están durmiendo en casa de un conocido de su amigo, y por primera vez en su vida no puede dormir. Cada vez que cierra los ojos le golpean unas imagenes desconocidas, extrañas y confusas. Se siente extraño en la noche, en esa casa medio vacia y amueblada con cosas de la calle y colocadas de manera aleatoria por ese espacio amplio. Trata de concentrarse en otra cosa, pero descubre el insomnio, recuerda las cosas que había oido sobre esas sensaciones, tanta gente hablando del no dormir y ahora el lo vive. Entra, a traves de la ventana del espacio amplio donde duermen, la luz de una farola que forma reflejos de formas difusas. Se pone en pie y se asoma a la ventana, la calle está vacia y él sin saber porque, sin motivo aparente está cada vez mas nervioso. Silenciosamente se pone las zapatillas, se pone la chaqueta, abre la puerta y se lanza a la calle. Baja por las escaleras casi asustado hasta que de repente ve sus pies en la acera, una amplia calle de Berlín abriendose, como un eco lejano delante de sus ojos, una calle vacia que ha viajado en el tiempo, asfalto y cemento, hierro y cables que se han ido moviendo entre años, entre trozos de historia, una calle silenciosa y olvidada, pero amplia y solemne. Camina, camina rápido, no mira a los lados. En uno de los edificios ve una luz de una habitación que se apaga y es como si ya la calle entera durmiera, el siente o imagina que ese parece el último detalle, la despedida de la calle antes de desaparecer, pero sabe que no sucederá. Sabe que lo que sucede, única y exclusivamente, es que es un insomne en Berlín. Avanza, ve a un hombre pasar, el hombre se detiene en un cabina de teléfono, el se acerca, inevitablemente, hasta esa cabina. El hombre está de espaldas, marcando obsesivamente un numero de teléfono. Cuelga y vuelve a llamar, así insistentemente, una y otra vez, de una manera extrañamente veloz. Está casi pegado a él, está apunto de pasar de largo la cabina cuando el hombre se gira y le mira a los ojos. El hombre le observa con atención, gesticula, sereno, como si le reconociera. Cuelga el teléfono y vuelve a marcar, el hombre le hace un gesto de que se mantenga quieto a su lado, incluso, levemente, le detiene con una mano, mientras con la otra marca y el auricular lo mantiene entre la oreja y el hombro. Él se queda quieto, sin mover un dedo, mirando la mano que marca los numeros. Según va marcando, va reconociendo, es el numero de su hermana en Madrid. Un manada de tensión se eleva, como un ascensor post moderno, desde el centro del estomago hasta la punta de la lengua, una tensión insostenible que termina dandole un golpe bruco en la sien, se marea. Mientras, el hombre termina de marcar y sonríe. Le mira de nuevo se lleva la mano a la garganta y se la atraviesa de un lado a otro. Cuelga el teléfono y ve al hombre irse, sereno por la calle a lo lejos. Se queda quieto. Mira el cielo, el cielo sobre Berlín, ve al hombre a lo lejos, la calle vacia, la noche espesa, sus pies en la acera y nota un golpe de sueño, como si el insomonio se hubiera dado por vencido después de tanta tensión. Coge el teléfono, marca el numero de su hermana. Oye su voz al otro lado del teléfono y cuelga.

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