martes, febrero 12, 2008

Universitaria y novio existencial

Ahí estaba yo. De pie, apoyado contra una pared, esperando a que ella apareciera en cualquier momento. CInco de la tarde y la gente parecía estar, toda, en una actividad, en cualquiera, pero en una, cosa que en mi caso no sucedía. Eran las cinco de la tarde y todo mi dia se había resumido a esperarla en esa esquina, a verla venir contenta de clase, motivada con ese primer año de carrera, conociendo gente nueva y yo nada, yo había estado leyendo como un poseso, casi como si me estuviera sucediendo a mi, el amargo "El Tunel" de Sábato. Y se lo contaría mientras bajabamos lentos por la avenida hacía abajo, mientras ella me hablaba de no se que chica que había conocido hoy y que era simpatiquísima y que las asignaturas aún no profundizaban en nada interesante y yo le hablaría del dolor y del absurdo pero ocultaría la sensaciónde vacio, ese vacio donde estaba instalada mi vida. Y nos sentaríamos a tomar un zumo y nos quedaríamos callados y por un lado solo podía estar con ella, y todo se reducía a estar con ella pero estando con ella, sin embargo, me sentía solo y ella se iba distanciando y alejando, y yo no podía hacer nada, solo pensar en que la ciudad era fea y que me iría de ahí, y se lo decía vamonos de aquí, vamonos muy lejos de aquí, y ella que no, que que ibamos a hacer fuera, que acababa de empezar la carrera, que era una locura, que a ella le gustaba la ciudad, su ciudad y yo me quedaba callado y pensaba que al dia siguiente tampoco tendría nada que hacer, que todos se levantarían y yo pasaría la mañana paseando o leyendo otro libro amargo y pensando que no sabía que hacer con mi vida. Y vería a todo el mundo ocupado, en una actividad, los fruteros, los conductores, los abogados, el conserje, los niños, los padres, el administrador, el pintor, el autobusero, el profesor. Todos ocupados, el mundo entero activo y yo sentado, mirando la ribereña desde el parque, fumando casi sin ganas, haciendo tiempo en el tiempo y pensando que a las cinco volvería a a esa esquina a buscarla y hablaríamos de sus clases y yo del absurdo y del dolor y proponiendola escaparnos a no se donde, a Argentina o a Madrid, a Bostón o a al DF, pero lejos, muy lejos de ahí. Y el tiempo, que el tiempo no paraba y que nada tenía sentido y ella que por que no saliamos el viernes con los de su clase y yo dije que sí, mejor eso que quedarse solo, mirando otra vez la ribereña pensando que lejos de ahí sucedían muchas cosas y yo me las estaba perdiendo todas. Y así fue, lenta y dolorasamente. Hasta que un dia , a las cinco de la tarde, nadie se apoyo en aquella pared de aquella esquina de aquella ciudad, y con los años la pintaron, la cambiaron de color, arreglaron unas cuantas imperfecciones, unos grafiteros la llenaron de garabatos, la volvieron a pintar y el tiempo, que es extrañamente irregular, fue pasando.

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