sábado, febrero 23, 2008

Funciones

Esperé fuera un rato. Era de noche y se había vaciado con rapidez la sala. LA calle estaba vacia pero hacía una noche de temperatura agradable, pensé que las noches son siempre distintas, aunque todo es siempre distinto, pero que con las noches sucedía algo que las tintaba muy diferentes unas de las otras. Fumé, por que siempre fumo y por que como decía un amigo, es lo único que se puede hacer cuando no sucede nada. Ví que salió, el pelo recogido, el paso firme y un abrigo que la hacía levemente mas mayor. Lancé el cigarrillo al suelo y salí tras ella. La paré y le dije que me había encantado su trabajo y que simplemente había estado ahí esperando para felicitarla. SOnrió, miró al suelo y recordé que durante la representación era precisamente esa sonrisa imprecisa la que me había estado hipnotizando. Me miró a los ojos y sin brusquedad me dijo que agradecía mis comentarios pero que sabía de sobra que si esperaba ahí, en la calle y de noche a que ella saliera no era para felicitarla, era para follar, que en el fondo, ni siquiera en el fondo, adelante, dentro y fuera, lo único que quería y mi único plan era follar con ella. Afirmé y me justifiqué diciendo que si, que evidentemente esa era la idea de esperar pero que no pensaba que fuera criticable o mal intencionado. Que mi idea era esperarla, felicitarla de verdad y sinceramente por su trabajo e invitarla a tomar algo, ir a algún bar de esa ciudad que seguro tampoco conocía bien y que si nos llevabamos bien, que era mi intención, terminar en mi casa, quizá en el sofá, quizá en la alfombra o en el lavabo haciendo el amor, a ser posible mas de una vez. Que incluso mi intención era o mi plan, despertar a la mañana siguiente y si todo iba bien desayunar juntos, pasear por la ciudad que los domingos por la mañana es tan agradable y hablar de libros, música o de nuestras propias vidas. Ella me miró y sonrió. Aceptó tomar una cerveza con la condición de ir a algun bar interesante en esa ciudad en la que llevaba tres dias y de la que en cuatro se largaría, que no hariamos el amor y que la acompañaría, luego, hasta la puerta del hotel donde nos despediriamos, posiblemente, para no volvernos a ver jamás.

El bar le pareció agradable, la música la conocía y fue por ahí, por el camino de la música, por donde mas estuvimos hablando. Hablamos de la adaptación teatral que yo acababa de ver y de ese personaje que ella representaba, del que confesé que ya en el libro, en aquella lectura, había sentido atracción. Ella dijo que esa atracción era la que mas le interesaba, la atracción por un personaje de un libro. Alguien del que no tenemos ni un solo rasgo y que cada quien imagina como le da la gana y que sin embargo es capaz de hacernos despertar deseo. Ella confesó su atracción por Julián Sorel, yo por Talita, ella por Dean Moriarty, yo por una que no recuerda el nombre, tampoco el título del libro, una francesa que viaja a la india. Al rato confesé el nombre de su personaje, del que ella representaba estos dias, ella sonrió y dijo que era muy atractivo si, que no le parecía extraño desearla por que era deseable, terrible sin embargo su piel, y esto lo dijo con cierta amargura, como si ser ella durante la obra la abriera heridas o no le resultara del todo amable, sencillo. Ella bostezó y yo pagué, caminamos hasta el hotel, me quedé parado en la puerta, ella se despidió y desapareció. Pensé, mientras caminaba con dirección a casa que de algún modo ese había sido un paseo no con la actriz sino con el personaje, fantasía en cualquier caso divertida o juguetona,casi natural. Encendí otro cigarro y el humo se perdió por la noche, por la ciudad, por los edificios, se colaría entre ventanas y farolas, subiría y se perdería, se iría lejos, lejos, tan lejos que ya no existiría.

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