domingo, diciembre 06, 2009

Otros viajes

Vamos por una carretera, entre un paisaje amplio. A lo lejos hay una montaña con forma de animal milenario. A los lados las formas de la tierra. Una extensión inmensa de tierra y vegetación escasa, el terreno es cada vez mas árido sin ser amargo. No hablamos. No hablamos durante mucho rato o lo que parece mucho rato, sin embargo vamos cómodos, tranquilos. EL coche está lleno de una forma invisible parecida a la serenidad. Hace rato que no vemos a nadie. He bajado la ventanilla para notar la temperatura exterior. Calor, pero no excesivo. El viejo ha encendido un cigarro, durante unos segundos ha olido a lumbre, el primer trozo de papel quemado del cigarro, el primer humo. He visto el paquete; está por la mitad, sin embargo no recuerdo cuando se ha fumado los otros. Hay nubes, pasan muy rápidamente y forman sombras increíbles a lo largo del paisaje. Esa luz entre blanca, gris y potente me recuerda a otra época, pero una época que no logro ubicar. El viejo ha detenido el coche a un lado de la carretera vacía. Nos hemos puesto a andar por la tierra. El viejo seguía fumando, I se ha quedado mirando la montaña y ha propuesto ir caminando hasta allí. No se en que momento hemos hecho una foto, pero se que hay una foto de ese momento. Empezamos a caminar en silencio. Hemos pasado arbustos y silencio. Si algo caracteriza ese paisaje amplio es el silencio. He puesto una mano en el hombro del viejo, me ha mirado con una sonrisa curiosa, pero hemos seguido sin hablar. Me he parado a buscar un palo, una rama para ir apoyándola mientras caminamos, ellos dos han seguido porque creo que no se han dado cuenta de que me he parado. He encontrado una rama con forma de brazo, con un extraño codo a la mitad y he seguido tras ellos. Me he fijado en las huellas que iban marcando I y el viejo y he jugado a avanzar pisando en el mismo lugar a veces siguiendo las huellas del viejo, a veces las de I. He mirado atrás, me ha sorprendido porque aún sospechándolo, la imagen generosa del mar ha sido como una bocanada de emoción. Hemos alcanzado la falda de la montaña. EL viejo se ha detenido y ha dicho que el no puede seguir, que está fatigado, que sigamos sin él. Yo he dicho que no, pero me ha mirado y me ha dicho que subiéramos, que seguro merecía la pena. Se ha quedado sentado en una piedra con el palo que le he dejado, la última vez que le he mirado estaba encendiendo otro cigarro y mirando a lo lejos, como siempre mira a lo lejos, hacia una distancia sideral. I y yo hemos empezado a subir la montaña. Al principio él quería contar los pasos que había desde abajo hasta que se llegaba a arriba, pero cuando llevaba ciento trece se ha cansado y me ha preguntado si yo estaba fatigado. He contestado que no y hemos seguido hacia arriba. Mucho rato después hemos llegado. Desde arriba se veía la meseta amplia, las formas de la tierra, el principio del mar, un barco lejanísimo, las nubes avanzando, la luz marcando las sombras y el ánimo de la tierra. He cerrado los ojos y le he dicho a I, si el era consciente de que el viejo en verdad no estaba, que era una proyección, una fantasía. Me ha dicho que si, pero que daba igual, que bajáramos y aprovecháramos que estaba, de esa forma, como proyección, como fantasía, como invento. Mucho rato después vamos otra vez por la carretera, nadie habla, pero se va muy bien, muy cómodo, muy sereno en ese viaje inventado.

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