domingo, diciembre 27, 2009

El viaje de los Savir

La señora y el señor Savir posponen el viaje en el último momento debido a las inclemencias del tiempo y todas sus consecuencias anunciadas hasta el hastío a través de la radio y la televisión durante las últimas cuarenta y ocho horas. La señora Savir se negaba a recorrer los setecientos kilómetros en coche sabiendo que las carreteras estaban cubiertas de nieve y que las previsiones anunciaban un incremento de nevadas y tormentas, el señor Savir era obediente y aceptaba como sensata la decisión de la señora Savir aunque a él, que tantas semanas llevaba deseando arrancar el coche y viajar por las carreteras hasta la ciudad donde habían nacido, le producía cierta tristeza renunciar a ese acontecimiento anual y repetido año tras año. Para el Señor Savir esas horas de conducción tenían mucho de retorno en el tiempo. la ilusión de ir pasando kilómetros y ese aire de libertad contenida que se colaba por las rendijas de la ventanilla del citroen eran uno de los motivos de ilusión al cabo del año y ahora ese temporal frío, esas nieves persistentes y ese manto blanco que cubría las carreteras echaban abajo todo ese optimismo en el que se había instalado su existencia los días precedentes. De ese modo deshicieron las maletas, o mas bien las deshizo la señora Savir, porque él aún conservaba esa esperanza, casi infantil, de que algo, un hecho inesperado, cambiaría el ciclo de las cosas y lograrían avanzar y recorrer esos gloriosos y fantásticos setecientos kilómetros justo a tiempo. La señora Savir, sin embargo, sentía mientras guardaba los vestidos y los paños una forma no concreta de alivio. Mientras que el señor Savir veía esa línea de setencientos kilómetros como un breve escape a las formas temporales de la juventud y de la adolescencia, la señora Savir lo veía como una obligación a la que no se podía poner excusa pero que tanto le gustaría evitar. Si para uno el retorno anual era feliz para la otra era el recordatorio de muchas cosas que se niegan y no gusta ver. Para ambos el retorno era un espejo, para él ese espejo reflejaba un pasado donde se veía más joven, más liviano, menos marcado por la capital, un reflejo donde era notablemente más feliz. Para ella reflejaba esos rasgos que no se aceptan, como cuando sale un grano pronunciado en medio de la cara y uno se mira en el espejo con el deseo profundo e intenso de que según se mire el reflejo, el grano desaparezca inmediatamente y sin embargo toda la profundidad e intensidad de ese deseo no solo no lo hace desaparecer sino que de algún modo pronuncia y acentúa el grano y su presencia. Así que el temporal de nieve dividía, como tantas otras cosas, las sensaciones e ilusiones de los Savir. Por otro lado se abrían ante ellos unos días donde todos los planes trazados de antemano se evaporaban y había que rellenarlos de novedades y acontecimientos y planes por trazar. Durante las primeras horas de esos días que de algún modo no existían y tenían que darle forma, el señor Savir se entregó a los canales de noticias con la esperanza intacta de que un presentador animado y optimista pronunciara la palabras que abrían esa compuerta de setecientos kilómetros de felicidad,, mientras la señora Savir se iba enfadando y proponía actividades para levantar al señor Savir del sofá y lograr, por ese temor que en él era esperanza, que si existía la posibilidad de que el temporal y las nieves acabaran de repente, no les cogiera frente a la televisión y a él le diera por decidir rehacer las maletas, montarlas en el coche y salir pitando por esa autopista hacia ese leve infierno temporal. Así que durante horas él no despegaba su cuerpo del sofá y ella no paraba de buscar en periódicos y publicaciones todos los espectáculos y actividades culturales que estaban programados esos días en la ciudad. Savir contra Savir en una batalla invisible de deseos primarios, dictada por un presentador que hora tras hora iba narrando el estado de las cosas en el planeta.

.- ¿Y si vamos a esta exposición que hay en el museo? Aquí hablan muy bien de ella.

.- Un conocido hablo de ella el otro día en la sala de espera del médico y dijo que era muy aburrida.

.- Mira, aquí hablan de unas actividades musicales en la plaza del centro

.- Me duele un poco la cabeza y no estoy para músicas.

Plan tras plan, excusa tras excusa; mientras el frío y la nieve atravesaban el país, siguiendo una ruta que sólo los meteorólogos, y con bastante desacierto, saben interpretar. Una ruta que a su vez marcaba otras rutas, todas las rutas. Camioneros con mercancías paralizados a la salida de las ciudades, aeropuertos sufriendo retrasos, colas y ataques de histeria y los Savir enfrentados invisiblemente, uno empujando con sus deseos ese manto inmenso de nieve a través de las mesetas hacía el norte, hacia arriba, hacia otros lados. La otra aguantando con épica y heroísmo ese manto. Manteniéndolo intacto, inmóvil, sosteniendo con ese deseo feroz todas las capas de frío sobre el país entero. Así uno contra otro, cuando el presentador anuncia que hay ciudades que se van despejando y dejando atrás los días de colapso, ninguna atraviesa esos setecientos kilómetros, pero mientras en uno la esperanza se dispara en otra crece el desasosiego. Ella dice que es absurdo estar frente a la televisión, que porque no aprovechan los días libres para hacer otras cosas, él sale disparado a buscar el mapa de carreteras en busca de rutas alternativas a través de las ciudades victoriosas del temporal:

.- Quizá duplicamos los kilómetros, pero mañana estaremos allí.

.- Pero es una locura. Llegaremos agotados. No tenemos edad para un viaje como ese.

.- Que no, mujer. Nos pararemos a dormir en un buen sitio. Avanzaremos con calma.

Eso lo dice el señor Savir mientras imagina la carretera al otro lado del cristal de su coche, la sensación de movimiento, el volante en la mano, la aguja de la velocidad marcando la constante de su ritmo. Formas precisas de esa imprecisión que es la felicidad temporal. Eso escucha ella mientras imagina los saludos con su cuñada, con determinadas amigas de la infancia, la tarde obligada de visita en casa de su hermana, la calle del colegio, la fiesta en casa de los Urdan. Esas obligaciones que evocan una forma de tiempo a la que jamás volvería. Ambos viajan en el tiempo a través de los setecientos kilómetros, pero el año elegido en ese viaje es distinto en uno y otro.

Pasan las horas en esa lucha. Una insiste en salir el otro insiste en escuchar, casi como si fuera el anuncio del fin de una guerra, al presentador que las carreteras se abren y se reanuda la vida. Mientras, mapa en mano, se analiza las bifurcaciones posibles de ese viaje en el tiempo.

.- Si nos desviamos aquí, evitamos la parte más complicada.

.- Me niego a hacer tantos kilómetros. ¿Y si vuelve el temporal y nos coge en medio de la nada?

.- Pero no escuchas a este hombre. Están abriendo caminos, se acaba el temporal.

.- Los temporales no se acaban así, sin más. Los temporales duran y tienen consecuencias y traen colas y amagan con que se van y luego vuelven y es peor, vienen con más rabia.

.- Este hombre sabe lo que dice. Mira como se desplazan los frentes en ese gráfico. Mira como se ahuyentan las nubes. Como huyen acobardadas. Esto se acaba, querida. Esto se acaba y se abrirán las carreteras y funciona el mundo. Mira ese gráfico. Es hermoso. Míralo. ¡Que bien hacen las cosas ahora en la televisión! Se ve tan claro. Mira esas flechas como indican el norte. ¿No lo ves?

.- No está tan claro. Esos mapas son confusos. Mira, vienen más nubes, mas vientos, mas nieve, mas rabia, más dolor. Se desmorona. Ese hombre es irresponsable. ¿No lo ve? No ve que esos frentes y esos vientos anuncian tragedias y pasados que no hay que tocar, que hay dejarlos quietos. Que no avive las llamas del infierno. Que mantengan las carreteras cerradas, que lo mantengan todo así. ¿No ven las consecuencias?.

.- Pero, querida. Míralo. Mira el sol como se asoma por el este, mira ese gráfico que parece un cuadro. Ese gráfico es arte en si mismo. Esta gente de la televisión con que maestría nos hacen ver las cosas. Mira. Mira como se despeja. Mira como el país entero vuelve a despejarse, como aparece el Sol y todo vuelve a su curso. ¿No escuchas los aviones despegando otra vez, los camiones arrancando de nuevo? El país sonando hermoso ¿Lo puedes escuchar? Yo lo escucho, oigo la civilización en todo su esplendor. Mira como habla ese hombre, como usa el lenguaje meteorológico y nos lo hace llegar. Vete haciendo las maletas que nos vamos. Que viene a esperanza, que viene la vida. Que todo arranca de nuevo.

.- ¡Que insensatez! ¡Que locura! Se abre la anarquía, el caos, el miedo. Si que lo veo, si. Veo los camiones paralizados en las carreteras, veo el pánico en las ciudades, veo la tragedia en los aeropuertos porque este insensato y todo su equipo mienten. Los temporales saben más que los hombres y esto no se acaba aquí, detrás de estas nieves vienen más nieves y en esas nieves viene el dolor y la pena. Claro que lo veo, veo lo que viene y me produce tanto dolor. Viene el desorden. El miedo, querido. El miedo. No querrás ver todas las ciudades actuando bajo el miedo que sembrará ese temporal. No lo querrás ver, porque yo, créeme es lo último que quiero que pase.

Y los señores Savir en estados de animo enfrentados, antagónicos, bajan al coche empujados por el ánimo y el furor de él, y ella casi llora y argumenta que teme lo que hay por delante, en las carreteras, en ese mundo. Guardan las maletas atrás, abren las puertas. Cada uno se monta en su lado. Él mete la llave y ella cierra los ojos aceptando un destino que casi la salva de su viaje anual pero que finalmente la enfrenta a ese tiempo pasado al que no quiere acudir. Y ahí, mientras gira él la llave, ella nota la luz y el esplendor de una justicia que no esperaba ya y a él se le viene el mundo abajo y el destino, en ese giro de llave, la parece cruel y burlón. Gira otra vez y nada, el motor no responde, no hay ruido de arranque, no se escucha el sonido de la civilización en marcha. Ella sonríe ante ese silencio. El coche está averiado y, definitivamente, el viaje de los Savir se cancela hasta el año siguiente.

No hay comentarios.:

Mi lista de blogs

Afuera