martes, diciembre 15, 2009

Noche en el aire.

Me subí a la avioneta, a mi avioneta. La encendí, arranqué los motores y la puse en marcha. Me deslicé por la pista que a esa hora estaba helada y oscura. Pedí paso desde la radio, los del control me hicieron las preguntas rutinarias y despegué. Si conduzco mi avioneta es porque sobre todas las cosas lo que más me gusta es despegar. Dejar atrás la pista y salir volando hacia la noche absoluta, hacia el resplandor de la ciudad proyectándose en las nubes. Me gusta ir cogiendo altura y ver como todo se disminuye, como todo se va haciendo una miniatura de sí mismo, una maqueta de lo real. Me gusta atravesar las nubes en la noche e ir dejando la ciudad atrás. Me gusta imaginar el ruido del motor viejo de mi pequeña avioneta sonando en medio de ese trozo de cielo que recorro, me gusta imaginar ese espacio donde sólo suena mi motor. Me gusta ver las carreteras como venas atravesadas por microbios luminosos que son las luces de los coches, me gusta ver como aparecen las montañas al fondo y los pueblos enterrados y con poca luz que parecen luciérnagas; parece que son ellos los que flotan, los que vuelan pero que están al revés; que aquello, el suelo, es el techo del universo y están colgando como lámparas. Seguí avanzando hacia la oscuridad profunda de un país que a esa hora duerme. Seguí avanzando entre las nubes y el silencio roto por el sonido del motor. Seguí recorriendo ese circuito invisible, giré dirección noroeste en busca de nada, en busca de otro tramo inexistente. Noté a lo lejos un destello, una intermitencia, reduje altura porque aquella luz estaba en mi dirección y evitaba de este modo un encuentro con otra entidad. La intermitencia continuaba y me acerqué entre las nubes, entre la oscuridad. Me puse a la par cuando descubrí que era otra avioneta, pequeñísima, como la mía. Encendí las luces interiores y saludé con la mano, desde esa otra avioneta me saludaron mientras a su vez encendían las luces internas, a pocos metros de mi. Mantuve la distancia, había cierto peligro, pero siendo prudente traté de saludar e identificar a la chica que la conducía. Las intermiténcias de las luces externas de nuestras avionetas en medio de la noche y entre las nubes iluminaban la escena, su cara. La seguí cuando ella me hizo el gesto de que así lo hiciera. Volé trás ella, giramos hacía el norte, atravesamos la meseta entre las nubes el uno detrás del otro. Hicimos piruetas circulares, jugamos a encender las luces en medio del cielo, abajo adivinaba el mar, el océano oscuro entremezclándose con la oscuridad total. Seguimos avanzando. Vimos islas con luces lejanas, vimos luces de barcos, vimos nubes avanzando hacia el continente y giramos avioneta sobre avioneta. Logré hacer una coreografía aérea con ella, mi avioneta giraba con precisión entre sus giros y formábamos espirales que avanzaban indefinidamente. Así volamos toda la noche, sin destino, sin ruta. g
Guiándonos al azar fuimos viendo el amanecer desde arriba, casi sin gasolina, mientras la luz del Sol reventaba en el cielo y marcaba esa sensación de que todo empieza de nuevo. En un último giro nos miramos, nos despedimos y retrocedí hacia la ciudad, hacia la pista. Un rato después aterricé exhausto, agotado. Bajé de la avioneta y llegué a casa.

No hay comentarios.:

Mi lista de blogs

Afuera