lunes, diciembre 07, 2009

El otro tren

Nuestro amor fue corto. Una ráfaga, una ventolera, una fugacidad. Fue breve, pero intenso y profundo. El amor, como tal, como empuje como viaje no tiene medida. Que mas da. No hubo tiempo en aquel tiempo, no hubo segundos, minutos, ni horas. Empezó como luego fue todo. Aquella mañana fría yo entré en el andén con prisas. En ese momento si había minutos y yo llevaba muchos de retraso encima y corrí hasta el andén cuatro por donde pasan los trenes hacia el norte. Bajé las escaleras. Los trabajadores de la mañana con los periódicos y con el sueño entremezclándose en una realidad confusa, el silencio de las siete de la mañana. La prisa y el reloj del andén. Caminaba hasta el final donde siempre esperó entrar en el último vagón y allí estaba ella, sentada y hermosa, al final del andén, al final de la gente. El viento que venía desde el túnel anunciando la llegada del siguiente tren agitaba su pelo liso y oscuro. Estaba sentada y miraba hacia un libro y yo sólo veía su perfil mientras avanzaba por el anden entre la gente hacia ella, convencido de algo incomprensible, pero convencido de que aquel viento anunciaba algo mas. Avanzando entre los abrigos y los periódicos y el silencio de las siente de la mañana. La voz anunció que el siguiente tren no iba a mi destino sino al otro que comparte vías en el anden cuatro. Seguí hacia ella, hacia su pelo movido por el viento del tren que no me llevaba a mi destino. Pedía permiso, a veces ni siquiera, a veces avanzaba casi a empujones con el fin de llegar hasta ese fin, hasta el último trozo de andén, hasta el banco donde ella leía y el tren entraba, y llegué, llegué justo a tiempo, justo cuando el tren que no me llevaba a mi destino se detuvo y ella se puso en pie y cerró el libro. Alcancé el trozo final de andén justo a tiempo para verla montarse, sin mirarme, haciéndome ver que ya nada tenía retorno entre nosotros, que el fin del andén marcaba nuestro fin. Se cerraron las puertas, sonaron las alarmas y el tren arrancó y se fue para siempre, sin una palabra, sin nostálgicas despedidas. Dejándome ver por última vez, como un regalo de las perspectivas el otro perfil, el otro lado que aún no había visto.

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