miércoles, diciembre 02, 2009

Los sonidos de la tierra

Estuvimos un tiempo viviendo en esa isla. La isla era preciosa. Los atardeceres en invierno caminábamos hasta la playa que había al sudoeste, nos sentábamos en unas piedras y sentíamos el frío en la cara. En verano venía gente, turistas y algún hippie que variaban excesivamente el ambiente de la isla, pero aún así nos gustaba porque era realmente agradable. En verano nos íbamos a los bosques con la bicicleta e incluso pasábamos la noche bajo los árboles. Realmente éramos felices en la isla, pero a mi me afectaba que la isla respirara. Ella nunca comprendió aquello, decía que era una paranoia, una alucinación, pero la isla respiraba. Respiraba cansada, como un anciano que sube escaleras. Yo podría haber sido muy feliz en la isla. Teníamos una casa pequeña pero hermosa cerca del faro. Teníamos dos bicicletas y una huerta pequeña donde logré sacar todo tipo de hortalizas y alguna fruta, pero cada vez que estaba solo, cada vez que me iba a caminar por las playas, por el bosque, por el pueblo sentía aquella respiración constante, fatigada de la isla y entonces me agotaba, mi respiración se contagiaba de aquello y la isla y yo nos acompasábamos y en eso, en vez de hacerme bien, me perturbaba, me descolocaba, me dejaba fuera de lugar. Al principio se lo comentaba a ella en los paseos lentos del atardecer. Ella hablaba de las nieblas y de las formas de las piedras, se había aficionado a la geología y jugaba a adivinar las formas de la tierra. Yo le comentaba sin excesos lo de la respiración y ella no me hacía caso o lo veía como un juego poético, pero fui introduciendo el dramatismo que para mi tenía todo aquello y ella empezó a molestarse. Decía que era un inconformista, que aprendiera a apreciar el valor de la isla. Pero no se puede, no se puede habitar en un lugar donde el suelo, las piedras, la playa y los bosques respiran y se les escucha y se mueven y te desplazan una distancia inapreciable, invisible. No se puede, no lo aguantas. Así que tras muchas discusiones, muchos debates y muchos conflictos dejamos la isla. Cogimos el ferry y volvimos a la ciudad. La isla se quedaba atrás y creo poder afirmar que desde el ferry aún en la distancia lograba escuchar sus suspiros, sus fatigas y podía ver el leve movimiento de la tierra al inspirar. La ciudad no trajo nada bueno. Alquilamos un apartamento pequeño, ella encontró un trabajo en un restaurant de comida rápida, yo encontré algo en una tienda de relojes. A veces íbamos al cine, a veces salíamos a bares y terminamos separándonos. Con el tiempo comprendí que la decisión de abandonar la isla había sido un grave error. La isla respiraba, si. La isla movía sus entrañas levemente a cada instante, pero la ciudad, toda la ciudad tenía arritmias cardiacas y graves problemas de hipertensión y eso es insoportable cuando escuchas el latido constante de su corazón. Así, bajo ese sonido, bajo esa cadencia histerica de ritmo cardiaco es insoportable vivir.

No hay comentarios.:

Mi lista de blogs

Afuera