martes, diciembre 15, 2009

Los paseos nocturnos

Siempre bajaba a esa hora con el perro. Decía que le gustaba la ciudad de noche un lunes cualquiera. Hablaba del contraste, porque en realidad todo el mundo está en casa, con el frío al otro lado de las ventanas y que la soledad estaba en la calle, en el parque, en la acera que recorría mientras el perro se perdía entre arbustos y que le gustaba caminar y ver las ventanas encendidas, los reflejos de los programas de televisión. Ver los hogares en activo y la calle apagada, sin un alma. Siempre salía con el abrigo cerrado, con la bufanda y los guantes porque a esa hora el frío corta. Desaparecía; volvía al rato y ya nos dormíamos y se acababa el día. Hablaba de la acera, del vacío, de las casas. Siempre lo vi como un rito, como un viaje diario, un paseo reflexivo. Llegaba tranquilo, sosegado. De alguna manera era su momento. No hablaba de nada especial pero si describía con frecuencia las sensaciones de andar de noche por la ciudad, en pleno invierno. Insistía en el contraste, en ese vacío sorprendente y le agradaba: "Es como ser extraño de repente. Somos extraños siempre para los otros. De noche, a esa hora, la ciudad es una excusa, no hay nada. La verdad es que no hay ciudad, hay escondites de la ciudad y del frío y es hermoso ver a todos en sus cuevas, en sus chozas. Hay algo milenario en ese vacío. El hombre y el planeta. El ser humano y la noche. El frío y el tiempo". Decía con intensidad, como si en esos paseos hubiera algo más que en llevar a mear y darle una vuelta al perro. Siempre repetía el acto de salir y volver un rato después. En verano era otra cosa, incluso yo bajaba con él y hablábamos de los hijos, de los nietos, de las vacaciones que ya llegaban. En verano le daba igual, no era su momento porque de noche la ciudad también estaba llena y la gente no volvía pronto a casa. Siempre hablaba de ese otro contraste: "En Invierno la ciudad es la excusa, en verano son las casas. Desaparecen un poco. Existe la ciudad, las casas se borran". Luego volvía el invierno y volvían los paseos solitarios, el abrigo y el perro. Y si, bajó. Como bajaba siempre. Abrió la puerta, yo cambié de canal, busqué algo distraído, amen,o en los canales. Pasó mucho tiempo. Me di cuenta porque había terminado el recorrido de canales en una película que empezaba con el actor americano ese tan guapo, tan rubio, tan atractivo, tan popular y que interpreta a un policía que tiene un compañero negro que es un actor con cara de bueno y la película avanzaba y estaba angustiada por las imágenes y me di cuenta que la película avanzaba mucho, mucho rato y el no había vuelto. Luego todo se me fue de las manos. Le buscaron durante días y no apareció, encontraron al perro pero no a él. Nadie encontraba motivos, sospechas, no había huellas. Simplemente había desaparecido, sin más. No había violencia. El perro se comportaba igual, no se percibían cambios en su forma de actuar.

Pasó el tiempo, estuve afectada, tratando de comprender y comencé a bajar a la hora que él lo hacía. Me ponía el abrigo, los guantes, la bufanda, cogía al perro y bajaba. Caminaba por la acera hasta el parque. La ciudad adormecida por fuera, recogida por dentro. Las casas encendidas, las televisiones emitiendo luces en los techos, en las paredes. El vacío, el perro correteando a su aire por los arbustos, yendo y viniendo a su antojo. Comencé a comprender las agradables sensaciones. El contraste, el silencio. Así fue a lo largo del invierno. Entonces le vi, una noche le vi tras los árboles del final del parque, donde la ciudad parece que termina. Me llamó. Tenía el pelo muy largo y con barba. Salí casi corriendo y me dijo susurrando que le siguiera. Miré atrás, el perro no venía y quise ir a buscarle, pero él me detuvo:"No quiere venir, lo conoce y no quiere venir". Ahora estoy con él allí, en aquel lado, en el otro lado. Seguramente jamás volvamos. No nos esperéis. Darle un beso muy grande a los niños e inventaros una excusa, una historia, un cuento para decirles porque es que los abuelos no están ya nunca en casa.

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