miércoles, diciembre 09, 2009

Maiquetía- Caracas

Hoy he recordado esa tarde que no fue ninguna tarde y fue todas las tardes. Hoy he recordado esa tarde porque tengo una memoria demencial con respecto a las fechas y por alguna razón, sin creer en las ceremonias ni en los aniversarios, caigo en cuenta que mañana hace veinte años que llegamos a Caracas a media tarde, que fue la primera tarde del resto de todas las tardes y no fue ninguna tarde porque mientras allí, cuando aterrizamos era por la tarde, aquí que era de donde habíamos salido era de noche. Así que aquella tarde fue la tarde de todas las tardes mientras para nuestros cuerpos y nuestra biología era de noche. Subimos desde Maiquetía con la sensaciones que seguramente luego han movido buena parte de mi vida. Supongo que hay instantes que marcan el resto del tiempo y aquella entrada en Caracas fue memorable por muchas cosas que no recuerdo porque son sensaciones y estas se evocan pero no se recuerdan. No existen. Mi viejo conducía atravesando ese lugar desconocido, aquellos ranchitos que abrían la ciudad desconocida. La autopista del Este era algo así como una nevera de calor, una nevera donde se congelaba el tiempo o tomaba otra forma. Un hielo de forma imprecisa. Aquella ciudad desmesurada, aquella montaña que parece mentira, aquellos coches de película de los setenta. Aquellos letreros que avisaban de que uno no estaba en lo suyo, si es que en algún momento en la vida uno está en lo suyo. Uno nunca está en lo suyo, pero aquello era como haberse metido en el sueño de un tipo que desconocemos. Una máquina rara que te cuela en calles raras y humedades que tu piel no recuerda, la cabeza y la percepción de uno que eres tu pero que no lo eres. Supongo que subir desde Maiquetía a Caracas puede cambiarte más la vida que dos años de tu vida diaria. El tiempo hace con uno lo que quiere y aquella tarde nos mandó de ida y vuelta a varios lugares inalcanzables. Se abría Caracas, como si nunca hubiera existido y existiera de repente, sabiendo que realmente es al revés, que aquella ciudad existía a pesar de uno, que antes y después aquello estuvo y estará. Y pufff, humo y pasan veinte años de aquella tarde que fue todas las tardes y no fue ninguna. Es raro porque de alguna manera estoy en aquella tarde eternamente, en bucle, dando vueltas. Subiendo una y otra vez desde Maiquetía a Caracas, durante veinte años, cada tarde, todas las tardes. Subiendo, llegando y volviendo a subir. Veinte años después estoy aquí. Miro a los lados y el humo y la tarde, esta tarde se ha ido y anochece. Humo. No existe aquella tarde y ni siquiera esta tarde que ha ido cayendo, como el viejo. Humo, que tampoco está como aquella tarde, como todas las tardes. El viejo sin embargo anda en aquel bucle cada tarde, todas las tardes, durante veinte años, durante cien, durante millones de años subiendo cada tarde sobre aquella tarde.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sonará egoista, pero pienso "qué sería de mi soledad si esa tarde no hubiera pasado para ustedes?"

Esa tarde trascendental fue causa del comienzo de la mejor amistad que me toca y me tocará. Esa tarde nunca sospechó que sería recordada veinte años después con tanto corazón. Esa tarde ni yo imaginaba que estaba a punto de conocer a una de las personas que cambió mi mundo en diez meses y para el resto de los años que me quedan por vivir.

Bravo por esa tarde, y todas las siguientes. En especial por aquellas en el último piso del Plaza Uno.

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