sábado, diciembre 19, 2009

Los años del tigre

Despertó en medio de la madrugada, en esa hora imprecisa que no es ninguna hora porque es indefinida y constante la noche y nada se desvela al que abre los ojos. Despertó y se puso en pie convencido y firme. Decidido, pero sin saber para que estaba decidido, sin saber que había en esa contundencia y en esa fortaleza de aceptar y caminar rotundo hacia un acto desconocido. Se puso en píe, por la ventana entraba la luz tenue de la luna y de la farola que había justo al lado de su casa. Tendió la sábana, un acto que le pareció simbólico y revelador. Se puso los zapatos y salió hasta el coche. Se metió, lo encendió y se puso en marcha. Sabía que iba a algo " a lo más importante de los últimos diez años" pero aún cuando ya conducía y avanzaba a oscuras por la carretera de la meseta, en dirección a los pozos seguía desconociendo cual era ese acto definitivo al que acudía. Avanzó como si una voz muda le dirigiera, se desvió en el camino de tierra cerca de las fincas. Condujo a saltos por esa vía imposible y complicada. El coche parecía no aguantar la irregularidad y la dureza del camino pero siguió. Avanzó decidido. Se puso paralelo al río, esquivando la frondosa vegetación que iba en aumento. Se quedó un rato hipnotizado por el meneo de la luz lunar en el reflejo del agua, pero no estaba para poesías, estaba para epopeyas, para mitologías. No consultó el calendario, ya lo haría en los años posteriores. Si atendió a determinadas emociones, a los recuerdos imprecisos que acudieron de repente, a ese repaso veloz y esa sorpresa repetitiva en los hombres pero siempre demoledora que es presenciar y percibir la velocidad del paso del tiempo. El coche brincaba desquiciado ya por la casi imposibilidad de seguir avanzando. Entonces lo detuvo, lo abandonó casi a la orilla del río y avanzo el resto del camino a pie. No dudaba de seguir, pero si se preguntaba a cada paso:"pero ¿Dónde voy? ¿A qué destino acudo?". Y siguió. El río también suena de noche, pensaba, también recordó algunos viajes, algunas lecturas, algunos sueños y la sensación de lejanía constante de todos esos años. La sensación de ser una alienígena de las emociones en un planeta que aún estando en su planeta parecía un cosmos olvidado para determinadas sensibilidades. Recordó algunas frases y algunas conclusiones definitivas de su vida ahí y siguió caminando cerca del río, atravesando la selva ya, ese terreno desconocido y temido pero que esa noche respondía al escenario. Había sido llamado y él acudía. Sintió el vacío entre la vegetación, la hostilidad de la naturaleza y recordó a Camus y una noche febril que leyó a Camus y lo sintió tan cercano que casi lo confundió consigo mismo. Camus no había escrito aquello, lo había escrito él y Camus fue la excusa pensó aquella noche mientras leía determinados párrafos y ahora recordaba un párrafo entero, una sensación determinada. Entonces tuvo delante de él, por fin, inequívocamente al Tigre. Estático, sereno, expectante. Se detuvo, miro sin furia pero con intensidad al animal que a su vez le miraba. Comprendió entonces. Ese era su destino, a ese instante acudía. La selva, la noche y el Tigre. Pasaron unos segundos milenarios. Ojo contra ojo, líneas paralelas que se enfrentan en un punto intermedio en la madrugada salvaje, rodeados de oscuridad y selva. Avanzó, el tigre reculó para afianzar la postura, la posición exacta de las garras contra la tierra, la curvatura exacta de las patas para atacar justo a tiempo. Monod avanzó sin temor, sin dudas, el tigre aún afianzó un poco más la postura. Animal y hombre enfrentados en la noche. Tigre y Monod a centímetros, instinto contra instinto.El tigre ejerce la presión exacta de sus patas contra el suelo y comienza el salto. Monod, saca entonces el cuchillo con precisión milimétrica, sabiendo que esos diez últimos años cuelgan y viven en el filo del cuchillo, atraviesa la piel, las primeras texturas, los músculos y el corazón del Tigre. Siente el peso insoportable del animal colgando del cuchillo, sostenido por su brazo. Suelta al animal y mantiene el cuchillo en la mano. Se gira y suspira. A lo lejos el primer brillo, el cambio casi inapreciable de los tonos de la luz. Empieza el amanecer. Avanza Monod por la selva. Se acaban los años del tigre.

Con profundo respeto y admiración, a mi hermano Monod

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