viernes, diciembre 11, 2009

La tipa de anoche

Podría empeñarme en buscar una manera de decirlo más suave, pero realmente no es necesario cuando lo que sucedió según la vi fue que pensé en sexo, nada más. Hablaba con un tipo que debía ser su amigo y no prestaban demasiada atención al concierto y ella bebía cerveza y cogía la botella con empeño y en la boca y sorbía con vehemencia. Llevaba una minifalda marrón, botas altas y una camiseta con un escote que oportunamente dejaba adivinar un pecho de vértigo (¿Por qué escribo pecho si cuando la vi pensé en tetas?). Estuve un rato pendiente. Pensaba en sexo y en que la tipa trasmitía algo negativo. Dos polos opuestos que se rozan por el otro lado. Sexo y rechazo. Estaba buenísima pero en sus gestos y en su forma de expresarse se adivinaba una tipa insoportable. Luego me despisté el rato que mi yo animal lo permitió, me quedé viendo al guitarrista y su manera de interactuar con el batería y pensé en alguna etapa pasada de mi vida a la que me trasladé empujado por ese torbellino sonoro que venía del escenario. Luego mi bestia volvió a rugir y volvió a merodear por la sala. Lancé la vista y la volvía ver. Ahí andaba con la botella en la mano, hablando con su amigo, ladeada, enfrentada a la realidad como si está fuera una cámara de fotos. Hay gente que responde a los estereotipos y ella acudía sin temor al suyo, al de chica mala, al de esa personalidad refugiada en un cuerpo que incita a pensamientos primarios complementado con una feroz frivolidad y una profunda mediocridad mental. La miré, la miré porque la bestia rugía pero la cabeza me proyectaba imágenes de tedio hablando con ella. Frases establecidas, eso veía. Eso previsualicé. Esas conversaciones en las que permanezco distante porque no se que decir, no se de que hablar. Como si la cabeza y la bestia se interpusieran una a la otra, empujándose antes de hablar. Eso veía, una conversación que no llega a nada porque ella no dice nada salvo su exposición permanente y la bestia fotografía y la cabeza se ausenta. Un juego esquizofrénico donde nadie es el que es y todo se mueve en zonas de instintos, por el medio de la selva. Ella bebe cerveza, coge así la botella porque todo es medido, cada gesto, cada movimiento. Todo es preciso y exacto. Ella es eso, su proyección irreal escondida en ese pecho tan perfecto, en esa piel suculenta, en ese gesto marcado, en esa posición medida de las caderas que arquean y angulan con perfección las piernas. Es eso y no es nada. Es nada y es todo porque en eso va ella, va el resto, lo que no viene después. Luego imagino su vida, su pasado y veo y no veo, como si me faltara imaginación o empatizar realmente con ese gesto distante y frío de lo que está exageradamente calculado. La miro y está lejos y es vacía, pero está jodidamente buena.

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