lunes, diciembre 28, 2009

De conciertos

No se sabe muy bien por quienes están contratados. Podrían pertenecer a grupos radicales de los que tardan en reivindicar que es lo que pretenden, podrían moverse por intereses oscuros o podría ser que son parte de la industrial musical y esa lucha contra los fantasmas, pero algo traman y contra algo atentan. No son fácilmente identificables, no visten de una manera particular, no es predecible cuando los vas a tener cerca. No hay un rastro a seguir. Son visibles, claro que son visibles, pero cuando los tienes al lado ya es tarde, ya han colocado todo su arsenal contra ti y estás perdido. Me pregunto como consiguen las entradas. Sospecho que no las pagan, sospecho que tiene pase gratis, lo que me hace pensar a veces que no son enviados de algún grupo con fines, sino que simplemente son periodistas y que al día siguiente escribirán la crónica que todo el mundo lee. ¿Son los críticos musicales? No se quienes son, no se a que pertenecen, pero es imposible que paguen la entrada como he hecho yo, no es posible. No es posible que un azar demoniaco, además, me los coloque siempre justo detrás, donde sus palabras vacías llegan con precisión a mi oído. Hablan, hablan sin parar a lo largo de la interpretación de un tipo que bien puede ser tu cantante favorito o bien un tipo por el que una curiosidad sana te ha llevado a ir a verle tocar en esa sala de la ciudad. Hablan, les he escuchado decir cualquier cosa a lo largo de canciones enteras, y hay pocas cosas más insoportables que un tipo que narra cosas de su vida a otro, que tampoco presta demasiada atención, en el casi silencio de una canción muy suave. Tengo el privilegio de tener un gusto amplio en cuánto a música y entre mis pocas virtudes cuento con la de tener un oído relativamente abierto a nuevas formas de música. No prejuzgo o si lo hago no soy excesivamente radical, acudo con cierta devoción a los conciertos, es un acto al que le veo un halo casi mágico, quizá marcado porque viví muchos años donde los conciertos de música que me gustaba eran inexistentes, no había y la palabra concierto iba siempre acompañada de una sensación de distancia sideral. Los conciertos sucedían a miles de kilómetros de allí. Ahora vivo en un sitio donde hay cierta facilidad para ver conciertos de música que me apetece y trato de aprovechar ese privilegio. Acudo a ese rito agradable, pero es cada vez más frecuente encontrarme con ellos, con esos seres extraños que hablan en el borde de la oreja Son muchos y siempre distintos, crecen, van a los conciertos sin saberse muy bien a que van. Hablan de asuntos de su vida, emiten opiniones en alto sobre el concierto en mitad de la primera canción a menudo de carácter negativo, narran lo que sucede en el escenario como si el aforo fuera un colectivo de ciegos que necesita escuchar que cosas ha hecho el cantante o el guitarrista. No se que coño les motiva, no se porque van, no se porque tienen que estar, pero me voy hartando y estoy trazando un plan, un plan violento contra todos ellos.

Declaro la guerra

1 comentario:

stel dijo...

Viva la guerra entonces, pero de momento, paciencia, que remedio...

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