jueves, abril 30, 2009

Visibles invisibles

.- Son visibles si, claro que son, sino jamás les hubiera descubierto, pero no son llamativos, van entre todos. Hay cierta facilidad en permanecer en un segundo plano en un mundo como este. Somos tantos, vamos tan amontonados que uno mas, otro, apenas llama la atención, nadie retiene todas las caras, cada una de las caras que se cruza en ese mar de rostros que es la calle, la ciudad, el metro. Son visibles, por supuesto que lo son, yo les vi, pero sólo te percatas que están si prestas mucha atención. Yo aquel día iba ajeno al descubrimiento posterior, salí de la ciudad hacia la zona de los bosques, iba en la bicicleta, era un día estupendo para dejarse llevar por los pedales y avanzaba enérgico, el solo suele otorgarnos una energía extra, un empujón mas potente, la pedalada es mas sólida. Pedaleaba y avanzaba como se avanza en la vida los días optimistas, como si aparte de mis pedaladas también se estuviera trasladando todo, la carretera, los árboles, la ciudad entera, los bosques enteros y ayudara en el desplazamiento. Llegué a una zona de los bosques que desconocía, ascendí un par de cuestas duras y llegué a una bifurcación de caminos de tierra, me vi bien y además curioso y me metí por el camino mas estrecho. La naturaleza estaba exultante. Olía tan bien, que creo que lo que me empujaba a seguir era la intensidad de ese olor. Seguí camino adentro, este cada vez era mas estrecho. Algunos kilómetros después encontré una nueva bifurcación, por un lado uno salía hacia la izquierda que sospechaba me devolvía a la zona mas transitada de los bosques y otro a la derecha que se perdía en la frondosidad. No te contaría esto sino hubiera decidido seguir por la derecha. Seguí, aproveche la bajada para dejar de pedalear y disfrutar de la velocidad que cogían las ruedas de la bicicleta, había que estar, eso si, pendiente de la irregularidad del camino para no estampar los huesos contra el suelo. Bajé un buen rato, o un rato que pareció suficiente para que la cuesta anterior tuviera mas sentido. Miré a lo lejos, únicamente se veían árboles. Entonces un poco mas adelante vi a una persona, pero no una persona en actitud de paseo, de caminata, iba este cabizbajo, caminando rápido, vestido con ropa de invierno que claramente sobraba en aquel momento. Pasé a su lado. No se dio cuenta de mi paso, siguió avanzando. Yo seguí camino adentro. Vi otra persona venir, era un hombre de mediana edad, caminaba cabizbajo, pensé en Yonkies, una zona de heroinómanos, sin embargo el físico de estos no era como el de los adictos, la actitud era muy peculiar, rara. Seguí, una mujer venía caminando. Lo sorprendente es que ninguno parecía percibir mi paso, como si estuviéramos en planos distintos. Avance, el bosque era frondoso. Encontré un monticulo formado por piedras, de entre las piedras, como si hubiera una cueva dentro vi salir a otra persona, en la misma actitud autómata. Me acerqué, apoyé mi bicicleta contra el suelo y me acerqué hasta el hueco donde se abría esa cueva. Sorprendentemente se abría una profundidad, una cavidad en forma de pasillo hacia dentro. En el momento que miraba vi que del interior venía otra persona, que como todas, me ignoro al pasar por delante. Entré en la cueva, caminé movido por una curiosidad casi insaciable pero acosado por un pánico creciente. Ví mas gente quieta que uno a uno iban saliendo, poniéndose en pie y saliendo hacia afuera. No se percataron de mi presencia. Incluso hablé, hablé en alto, casi grité peor no fui escuchado, nadie reparo en mi. Esperé, esperé mucho rato y no tuve respuesta, desconozco que son, que hacen, que les sucede, pero perseguí a uno. Hizo todo el camino de vuelta caminando a ritmo constante, sin mirar a los lados. Alcanzamos la ciudad algunas horas después me mantuve siempre por detrás a unos cuantos metros, tratando de adivinar sus movimientos, su decisiones. Al llegar a la ciudad, entró en el metro, yo dejé mi bicicleta candada en esa estación. Estuve horas tras el, me mantuve siempre cercano. Llegó la madrugada, cerraron el metro. Estuvimos hasta el último tren deambulando, aparentemente de manera anárquica, de linea en linea de estación en estación. Salió a la calle. Lo confieso dormí en la calle como el, necesitaba saber quienes eran, que hacían. A la mañana siguiente entró en el metro a primera hora, se montó en el primer tren de la mañana. EL movimiento anárquico siguió. Fui comprendiendo o dejé de comprenderlo todo, pero de vez en cuando íbamos cruzándonos con algunos de ellos, en la misma actitud, ajenos al bullicio, a la masa o mas que ajenos, siendo la masa en si misma, como si su función fuera ser la masa. Nada mas. Fui reconociéndolos, su actitud es invariable e idéntica en todos. Aún no se quienes son, que hacen cual es su función pero existen para deambular por el metro, no parecen tener otra pretensión. Como si su función fuera crear relleno en el metro, estar ahí, deambular por las estaciones.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que buena historia. Bien podría haber sido un clásico para la dimensión desconocida. Me dió esa vibra extraña que no es ni buena ni mala, sino rara. Me gusta. Siembra una especie de paranóia inofensiva.

Bravo HS.


CL

Mi lista de blogs

Afuera