martes, abril 14, 2009

Los dedos en el tiempo

Sosteniendo los dedos en el aire, tocando algo invisible, al menos, a los ojos de los demás. Ralentizada, como si eso que tocara con la punta de sus dedos, en ese aire comprimido, fuera el tiempo mismo, una masa solida que según se toque lo hiciera avanzar de una manera u otra. Estática, manejando ese tiempo a su antojo, mirando con asombro a esa zona invisible en medio del aire de la habitación. Gira los dedos, los gira como quien toca por un momento breve, el tacto mas agradable. Casi no respira, como si temiera que en la respiración se acabara ese instante, que de alguna manera, sólo ella maneja. Si se observa con detenimiento, entre los dedos hay, en intervalos breves, una mínima luz que juguetea, como la imitación de un rayo, entre sus dedos. Un rayo de juguete que revienta delicado cerca de las yemas. No nos mira, ni siquiera sabe que estamos y realmente es así, no estamos, al menos no en su instante lejano, dónde ella mueve el tiempo y se suceden diminutas explosiones lumínicas. Mantiene los dedos en el aire, moviendo con precisión el aire invisible en el que ella ve algo. Trato de acercarme para mirarla a los ojos y tratar de comprender su estado, el lugar lejano donde pasea su mente. La veo al otro lado de las manos, como si las manos fueran la frontera entre mi lado y su lado, entre mi tiempo y su tiempo. Acercó mis ojos a sus ojos, separados por las manos, la miro y siento que ella no mira, ella ve otra cosa al otro lado de sus dedos, no a mi desde luego. Aguanto un poco, con la esperanza no reconocida de que sus dedos me arrastren hasta ese lugar inalcanzable donde ella está. Miro a sus ojos esperando encontrarme un reflejo mínimo de lo que ella ve, pero en sus ojos lo que se refleja mínimamente, si se mira con atención, son sus dedos y detrás mis ojos que la miran. Digo su nombre una vez. Siguen sus dedos moviéndose en el aire. Durante un segundo imagino mi voz en su lado, llegando desde la lejanía intratable del tiempo, una voz que viene de otro siglo. Lo vuelvo a decir. Decido entonces mover mis dedos junto a los suyos. No sucede nada. Ni yo voy allí, ni ella vuelve. Digo de nuevo su nombre, la miro, miro su cara, sus ojos pequeños, su boca pequeña, sus brazos alzados, sus dedos minúsculos:

.- Vamos, Patricia. Vámonos ya que hay que irse, que llegarás tarde, de nuevo, al colegio. Vamos ya, cariño. Luego, por la tarde, si quieres, juegas otro rato con el tiempo.

1 comentario:

stel dijo...

Siempre hay algo que rompe esos momentos de "jugar con el tiempo", con lo bien que van...

Mi lista de blogs

Afuera