domingo, abril 05, 2009

El autor

Solía venirme a buscar a la salida del trabajo. Yo bajaba con Emma, nos despedíamos en la puerta y le veía allí, en la esquina de la calle, esperándome con la moto. Caminaba sabiéndome observada hasta él. Creo que ese fue el verano que me sentía más guapa. Luego hay épocas, trozos, semanas, días. La belleza en uno mismo es tan variable como el clima o como el paso de nubes en el cielo, pero aquel verano me sentí todo el rato guapa, quizá por el, quizá por la época, quizá por estar en mi primer trabajo y sentir algo que realmente era irreal. Le saludaba, me preguntaba que tal había ido el día y nos ibamos por la carretera hasta una playa que desconocía hasta que le conocí a él. Era una playa que estaba a unos quince kilómetros, enterrada entre piedras y donde apenas había nadie. Nos sentabamos y hablábamos con sosiego. Yo tenía el verano por delante para decidir que hacer, si largarme a la capital a estudiar empresariales o quedarme un año trabajando y decidir. Por un lado siempre creí que era bueno tomarse un año reflexivo al graduarse. Empresariales era una decisión sensata, pero no vocacional. Encontré aquel trabajo para tomarme con calma las cosas. Todas las tardes el me buscaba y nos íbamos hasta la playa. Hablabamos de eso y de algunas cosas mas. Me gustaba su serenidad o mas que su serenidad su facilidad para entrar en detalles psicológicos sin demasiados tapujos. Nos sentábamos en la playa y nos desfogábamos de una vida que no terminábamos de comprender. Jamás me acosté con él. Y ahora muchas veces lo pienso. Realmente era un amigo. Jamás sentí pasión. Me encantaba hablar allí, en aquel rincón casi desconocido pero jamás sentí deseo. Aquello, inconscientemente, me generaba cierta culpa y aquella culpa y el paso del verano terminaron por diluir aquellos encuentros mágicos, hasta que una buena tarde bajé, me despedí de Emma y le vi allí y me dio pereza lo que vendría, saludarnos, montarme en la moto, avanzar por la carretera, llegar a la playa y sentarnos. De algún modo ya nos lo habíamos dicho todo o todo lo que tenía que decirme con el estaba dicho. Así que bajé, le di un beso en los labios y le propuse cambiar de destino, pensando que cambiando de destino cambiarían mis sensaciones aquella tarde. Le propuse subir hasta "El rayo", que era una vieja y rarísima antena de telecomunicaciones que había arriba y desde donde se veía toda la ciudad. Subimos, nos sentamos y nos quedamos callados. Le mire y haciendo el primer esfuerzo en ese sentido en mi vida, le dije lo que me sucedía. Me miró, creí que iba a llorar pero no lloró. Se quedo quieto, mirando al suelo. Cogió una piedra pequeña, la miró y la lanzó. Sorprendetemente no pasó nada mas. Bajamos hasta la ciudad en la moto, me dejó en mi portal y le vi irse. Me quedé escuchando el sonido de la moto perdiéndose a lo lejos.

El verano terminó y finalmente me fui a estudiar empresariales en una decisión no del todo acertada pero tampoco descabellada. Cada dos o tres meses iba hasta mi ciudad a ver a mis padres y salía con la gente de allí. El se había largado pronto, como casi todo el mundo. Después supe que había vivido en Buenos Aires, que después de Buenos Aires se fue a una Chicago, de Chicago se fue a Budapest, de Budapest a Praga, de Praga a Londres. De su vida en Londres me llegaron noticias, ecos lejanos por gente que no sabía que le conocía. Alguien le nombró como poeta o como intelectual, uno de esos dos adjetivos que no siempre acepto. Escuché su nombre pegado al título de dos libros y sobre todo de un cuento, que tres personas coincidieron en nombrar como mejor cuento. Me quedé callada. Busque con insistencia libros de ese autor que para mi no era un autor. Leí el primer libro. Poemas minimalistas que me costó entender. Leí el segundo libro, cuentos metafóricos sobre unas realidades difíciles de comprender. Leí un tercer libro donde estaba el mejor cuento y descubrí que su mejor cuento hablaba de nuestro verano. De las tardes en aquella playa. Leí treinta veces ese cuento tratando de comprender que era lo que le hacía ver aquellas tardes de aquella manera. Creí ver un mensaje oculto. Creí pensar que en el fondo el cuento era una carta, una carta dirigida de manera ambigua a mi. Una carta no enviada sino una carta que debía ser encontrada de la manera en que la encontré. De vez en cuando leía noticias escondidas sobre el autor español afincado en Londres. Fui a un taller de literatura donde se analizaba el cuento del que yo era la protagonista, trataba de comprender en aquellos análisis la visión que tenía de mi misma en aquel cuento. El cuento tuvo su vida propia, salto al escenario en un concurso literario en Bogotá. Por aquel premio se llevó un buen dinero. El cuento fue nombrado por varios escritores de prestigio. Aceptado en círculos intelectuales como obra precisa o como ejemplo de la realidad como forma de literatura extrema. SIn embargo yo veía entre esas líneas aquellas tardes y me veía a mi misma, nada mas. Era una redacción sobre aquel verano. Traté de encontrar un argumento para buscarle y preguntarle si en el fondo había una vengaza, pero jamás supe que argumentar para buscarle en Londres. Publico varios libros mas, pero cada libro, cada obra nueva venía sentenciada por la comparación con aquel cuento. El cuento fue llevado de manera torpe al cine, la película tuvo una tormenta violenta de críticas, catalogada como error histórico. La vi al día siguiente del estreno, una tarde de noviembre que no llovía. La tipa que me interpretaba era una actriz que en aquella época era una promesa y que con el tiempo terminó desaparecida, una de esas carreras que arrancan con una foto del cartel promocional de una pleícula y que terminan en una media página de una revista del corazón. Sin embargo a mi la película me pareció sublime. Como explicarlo, el cuento hablaba de aquello con desgarro, con resentimiento, en la película desaparecía el filtro doloroso del autor y se parecía mucho mas a lo que yo recordaba de aquel verano. La película era lenta y seguramente mala, pero mas parecida a la vida real y por mas que el cuento parecía realista y la película no, para mi era mas real y mas fiel la película. Durante dos semanas el cartel de la película empapelaba la ciudad y veía a la actriz que era yo mirando algo no definido a lo lejos sobre un fondo casi azul.

Durante toda mi vida he llevado ese protagonismo en silencio. Conocí a mi marido,a los dos años de casarnos, un verano se llevó el libro de vacaciones. Lo leía por las mañanas en la playa, apoyado en la toalla recibiendo los beneficios del sol. Cuando llegó a la página donde arrancaba el cuento sentí un golpe de angustía. Me hubiera gustado confesarle que esa era yo, pero jamás dijo nada. Aquel mediodía fuimos a comer a un restaurant a pie de playa, acababa de terminar el cuento y estaba conmovido. Me preguntó si yo había leido ese libro, le dije que no, pero que me habían hablado muy bien de él:

.- Ese cuento. Ese cuento me ha gustado. ¿Sabes?. Tiene algo de terremoto.

Cambié de tema. Hablé del clima, del verano, del tiempo en el reloj, leí la carta en alto, hablé de los alemanes que veranean en la costa, de los niños. Aquella noche al acostarnos en la cama mi marido cogió el libro y volvió a leerlo. Suspiraba. Lo terminó, yo había apagado la luz de mi mesilla. El puso el libro en la mesilla de su lado y me comenzó a acariciar. Cerré los ojos y acepté el exorcismo. Acepté el juego. Supe, lo supe en ese instante que el juego que planetaba el autor era agudo y brillante y se consumaba en ese instante. Mi marido se empatizó hasta el delirio con el autor del cuento que era lo que el autor buscaba desde el momento en que lo escribió. Me acarició buscando el deseo y el sexo que aquel chico, en aquella playa, aquel verano no encontró. Yo cerré los ojos y vi todo aquello, me lancé a mi marido que no era el, que era el autor y me fui hasta aquel verano. Entonces le deseé como no lo había hecho entonces y el cuento, como un viaje en el tiempo, perdía o cobraba todo su sentido.

Al volver a la ciudad unos dias después supe que estaba embarazada.

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