jueves, abril 09, 2009

Un cello en el viento

Era un día de viento y a él no le gustaban los días de viento porque el sonido se desplazaba sin forma, enloquecido y sin criterio. El viento, decía, era el enemigo del sonido, de la música, el disfraz oculto de la confusión. Nada se comprende igual cuando te hablan con viento, la música viene a bandadas, a trompicones y todo se desplaza arremolinado y sin matices. Era un día de esos, de los que el detestaba, lo pensó nada mas pisar la calle, con la funda del cello colgando de la espalda, sintiendo que el peinado se venía abajo y que una bolsa avanzaba enloquecida por la calle y pasaba a centímetros de su cara. Cruzó con el cello a los hombros, sintiendo que los hombres, no ya sólo el sonido, también menguan con el viento. Bajó por la cuesta de los olivos, atravesó la plaza y saludo a la chica a la que dirigía aquellas composiciones que nadie conocía, ella pasó de largo, como el viento, pensó él, y siguió avanzando. Giró donde la travesía de los almendros, desde abajo, al principio de la calle, que era el principio de la cuesta, entró, como un mensaje venido de lejos, otra ola de viento. Sintió que el cello pesaba mas que nunca, empujado por el viento, venía el niño al que daba clases de solfeo los martes y jueves a media tarde, trató de agarrarlo, pero el niño parecía una cometa, y fue imposible atraparlo. El niño ascendió la cuesta como una hoja, como una bolsa, como una parte visible del viento. Comprendió que aquel era el viento mas fuerte que había visto nunca. Y pensó en el uso del verbo ver en esa frase, porque evidentemente el viento no se veía pero el vio al niño como parte del viento, empujado como una parte de ese colectivo invisible. El cello le empujaba hacia atrás, como si el cello también se quisiera ir allí, donde va el viento. Giró abajo y vio que venía la furgoneta que reparte el pan, empujada con panes y con el panadero dentro, mas atrás venían mas niños, el conductor del autobús, los periódicos del kiosco, el kiosquero, el kiosco mismo arrastrados por ese vendaval, por el viento enloquecido. Siguió avanzando a la contra, ya mas por un acto de rebeldía que por alcanzar la estación, como cada mañana y recibir a los turistas con el sonido de las cuerdas, con esas melodías típicas del zona. No era ya ese el motivo de seguir, de avanzar, sino, casi, encontrar el nacimiento de ese enloquecimiento, de esa fuerza descomunal. Siguió calle a calle, recorriendo el camino diario, sin encontrar hoy los saludos de los de siempre, porque estos, uno a uno iban pasando, si, como cada mañana, pero esta vez empujados y arrastrados por el viento, ese viento incomprensible y desquiciado. Entonces vio la estación de fondo, de donde hoy no salían manadas de gente, vio la estación con los arboles medio arrancados en la puerta, con los automóviles amontonados y arrastrados sin sentido. Cruzó, como bien pudo, la puerta, no había nadie en las taquillas, nadie atravesando el hall, nadie, solo el sonido de un silbido sin dueño que era ese viento que estaba acabando con el pueblo. Se sentó donde siempre, en ese trozo que ya todos le reservaban. Abrió la funda del cello, cogió el arco y toco, toco como el que lucha contra un batallón invencible. Apenas le llegaba el sonido de lo que tocaba, siguió tocando. Por algún motivo, por alguna extraña fe, creyó que según fuera tocando el viento pasaría, como si sospechase de la música que salía de su cello como el antídoto contra esa fiera incontenible. Tocó, tocó con rabia, con intensidad sin apenas escuchar las notas que salían de sus dedos. No pasó lo que todos hubiéramos querido que pasara. No pasó lo que el deseo que pasara, no sucedió lo que al que escribe le hubiera gustado escribir, no pasó lo que cada uno de los que pasó volando esperaba. No se detuvo el viento, al contrario, el viento se lo llevó a él también, en un ataque aún mas violento, el viento lo arrastró con celló y todo y también se le vio pasar como una hoja, como una bolsa, como a los periódicos, como a sus vecinos. Ahí también iba a él, con el cello usado no ya como un instrumento, sino como la vela de un barco, ahí pasó, si. No sucedió el milagro, no, pero a cambió mientras volaba con el cello en la mano, arrastrado por aquel viento imposible, cuando ya salía empujado del pueblo dirección a la sierra, la vio a ella, cerca, muy cerca volando también, se agarraron de las manos y siguieron, horas, días, meses años así, volando empujados por el viento.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que lindo final, y qué linda la palabra "vendaval", siempre me ha gustado.

Me quedé pensando un rato y creo que siempre hay un uso positivo de todo aquello que no nos gusta, incluido el viento, para volar cometas, o personas que se toman de las manos y salen juntos hacia las alturas.


CL

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