miércoles, abril 15, 2009

El encargo

Subí por aquella calle cerca del puerto. Seguían los puestos de ostras, seguía oliendo igual que entonces, seguían aquellas escaleras que daban a una iglesia que no recordaba. Mientras avanzaba iba comparando lo que recordaba con lo que había. Las dimensiones distorsionadas del recuerdo, las fachadas olvidadas, el suelo cambiado, obras que se habían sucedido unas a otras y que modificaban el curso de las cosas, la variación de las calles, los portales reformados de los que no recordaba su antiguo aspecto. La biografía invisible de las ciudades. Llegué a la calle que estaba anotada en el papel. El numero 6, tercero exterior derecha. Toqué. Escuché una voz antigua, si existe algo parecido a una voz antigua, pero de algún modo no pareció una voz de este tiempo. Mientras subía las escaleras traté de imaginar mi vida si jamás me hubiera largado de esa ciudad, si a los doce años el destino hubiera sido quedarse viviendo ahí, como tanta gente lo había hecho, como es lo común hacer. Luego pensé en el hombre que me encargó este asunto difuso. Debía visitar a esta persona de la que ahora sabía, al menos, que tenía una voz antigua. Subí los tres pisos. Toqué el timbre. Tardaron en abrir.

- Henri Simon Leprince, supongo


Me sorprendió que esperara mi visita, que supiera mi nombre.

- Efectivamente. No sabía que me esperara. Traigo un encargo para usted. Un sobre del que desconozco su contenido. También desconozco a la persona que me ha contratado para tal asunto.

.- No se preocupe, Leprince. He esperado paciente este instante. Conozco el encargo, conozco el contenido del sobre. Conozco a la persona que le ha contratado. Conozco este juego

Me hizo pasar. Me invitó a té. Sonaba música que no reconocí pero que me gustó enormemente.

- Perdone, Leprince, mi despiste. Con la emoción no me he presentado.

No dijo su nombre. Me quedé pensando en su última frase "Con la emoción no me he presentado" Seguía emocionado. Nuevamente olvidaba decirlo. ¿Realmente me esperaba?. Sentí unas ganas casi incontrolables de conocer el contenido del sobre.

- Tomé el sobre. No quiero quitarle mas tiempo.

Inicialmente hubiera bebido el té, me hubiera levantado y ya a la salida le hubiera dado el sobre, pero la esperanza de poder tener el tiempo de el té para que pudiera leer el contenido y la posibilidad mínima de que hiciera un comentario precipitó mi entrega.

- Leprince, debería saberlo. El sobre no contiene nada. El envío, realmente lo que usted debía entregarme, es a usted mismo. Abra el sobre, lo podrá comprobar. Creame.

Nervioso lo abrí. Si había algo, era un papel arrancado irregularmente, donde estaba escrita esta frase:

"Leprince, le envío a Leprince. Círculo cerrado"

Le miré. Estaba pausado, como si conociera de antemano mis reacciones.

- No comprendo.

- ¿No comprende, Leprince?. ¿Quién comprende, querido amigo? ¿Quién?. No le llama la atención volver después de tantos años a esta ciudad. Apuesto a que venía por estas calles, subiendo las nostálgicas aceras de este barrio, recordando asuntos casi olvidados, su vida aquí, los años lejanos y breves que pasó en esta ciudad. Preguntandose, Leprince, la pregunta clave de este asunto "¿Como hubiera sido mi vida si jamás me hubiera ido de aquí?". Lo apuesto Leprince. Ha sido así, ¿Verdad?.

Miré a sus ojos. Miré mi reflejo en un espejo que había trás el. Comencé a comprender. Siguió hablando mientras aquella música genial sonaba.

- ¿Quien sería hoy si no se hubiera ido con doce años de aquí?. Plantéeselo al contrario: Si se hubiera quedado ¿Quién sería hoy si se hubiera ido?. Nos contestamos la pregunta así, Leprince. Yo soy su respuesta, usted es la mia. Ambos somos el mismo. Había olvidado decir mi nombre, ¿Verdad?. Disculpeme. Soy Henri Simon Leprince. Su otro, el que se quedó. La variación por la que usted se preguntaba subiendo las calles de este barrio, recorriendo Vigo otra vez, tantos años después. Usted es la variación por la que tantas veces me pregunté. Mi otro. EL que se fue. El destino por el que tantas veces me pregunté mientras caminaba diariamente Vigo una y otra vez. Míreme. Somos el mismo, otro pero el mismo. La bifurcación del destino. Ahora, bajemos, paseemos por este barrio que es en el que hubiera vivido de haberse quedado. Tenemos tantas cosas que hablar.

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