lunes, octubre 01, 2007

Submarino

Recuerdo mas el previo y el post. Aquel tipo con el que hasta entonces no había tenido demasiado trato me dijo al terminar la clase que en su ciudad eran fiestas y que sería la primera vez que se las perdería. Nos miramos con cierta calma y casi a la vez decidimos que mejor saliamos corriendo que cogieramos un autobus y que nos fueramos él a sus fiestas de siempre, yo a unas fiestas desconocidas en una ciudad desconocida con gente desconocida. El plan era sencillo. Saliamos en ese instante, cogiamos uno de esos autobuses atestados de gente e incomodos y en tres o cuatro horas llegabamos allí. Nos emborrachariamos, aquel tipo se encontraría con su novia y en el primer autobus de vuelta regresariamos para estar a media mañana en casa. Yo llamé a casa, expliqué la urgencia de dormir en casa de un compañero para preparar un dificilisimo examen el dia siguiente y salimos corriendo a la avenida por donde pasaba el Bus.

A aquella ciudad volví mas veces, pero esa primera ya fue extraña. A medianoche me ví rodeado de un extraño baile regional, sonaba música folclórica, bebía. Mi amigo se había acercado a casa de su novia, aprovechaba que los padres de ella dormían para saludarla. Yo le esperé en el centro de la ciudad con su gente, fumando marihuana y bebiendo ron terriblemente barato. Una tipa americana, que nunca entendí que hacía ahí, que acompañaba al grupo de gente con el que estaba comenzó a hablarme con cierta incoherencia de no se que literatura, de no se que autor, y reflexionó sobre el poder psicodelico de una fiesta popular en una ciudad de latinoamerica. Yo contesté o no contesté pero pensé que el poder psicodélico no le pertencía a la fiesta sino a la cantidad de porros que llevaba encima, cuando ví que la americana y yo nos habíamos perdido o que el grupo se había movido y la amerciana y yo seguiamos ahí, en una situación que no terminé de comprender. Entonces la americana dijo que sospechaba donde estaban y yo dije que era relativamente urgente buscarles, que en un rato me tendría que volver con aquel amigo y que mejor buscabamos a toda esta gente inmediatamente. Pero las multitudes son incomodas y es dificil encontrar a la gente entre la gente. La americana a su vez se separó de mi, perdida en la multitud de la psicodelia latinoamericana y me ví, sorprendentemente, solo en aquella ciudad, borracho y aturdido por el sonido atronador de la música popular. Caminé por calles repletas de borrachos, por calles desconocidas inundadas de gente. Caminé sin orden ni sentido, pero no paré de caminar. Iba de un lado a otro sin saber realmente donde quería ir o que cojones andaba buscando, me movia, pero sin saber a que calle quería ir. Pensé entonces en la hora de salida del bus, pensé qiue sería sencillo entontrar el terminal y que lo mejor sería navegar a favor de la situación. Esperar entre la gente y beber mas, y cuando la hora se acercase volver hasta allí que seguro me encontraría con mi amigo. Entonces ví la fiesta desde una nueva perspectiva. Me quedé quieto en un punto fijo, hablé con unos tipos que tenía al lado que me invitaron a mas bebida y a cigarros, baile torpemente con unas chicas y jamás comí nada. Entonces concluí que no era psicodelia lo que yo sentía sino que aquella fiesta me parecía un submarino en el fondo del mar y que a pesar del calor aquello me recordaba mas a un documental de esos que graban con cámaras especiales y en las que se ve la vida en el fondo de un oceano perdido. Ví pulpos y algas, seres que se movían a una velocidad diferente. Bailé y me vi como calamar gigante y sentí ganas de reproducirme bajo aquel agua verdosa y algo desenfocada. Entonces ví la hora y pensé que debía salir pitando a la estación. Pregunté y como bien pude llegué al terminal. En el anden ví a mi amigo, que sereno, fuamaba un cigarro, sonrió al verme pero yo me agaché y vomité al lado de una columna. El viaje de vuelta fue algo tormentoso por el dolor de cabeza y el estomago revuelto. Volví mas veces aquella ciudad. Volví a aquel enorme submarino en medio del oceano.

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