lunes, octubre 22, 2007

Extraños

Es de noche y la chica se ha parado en una gasolinera. Ha llenado el tanque de gasolina y ha ido a pagar. Se ha comprado un chocolate y ha vuelto hacía el coche. Arranca y cuando ya está en carretera descubre a un hombre detrás. Se asusta, grita y se detiene. El hombre no va armado, por la reacción no tiene malas intenciones, pero la chica grita y en el arcen abre la puerta y sale del coche casi corriendo, el hombre la detiene asustado. Hace gestos con la mano pidiendo calma. El hombre es africano y apenas suelta palabras comprensibles, pero las justas como para que el dialogo llegue a buen puerto. Acaba de cruzar la frontera, ella no termina de entender muy bien como. Su gente está en Francia y quiere llegar allí lo antes posible. Ella se va tranquilizando a pesar de la situación, acepta llevarle, se montan y arranca de nuevo el coche. No hablan, el hombre cabecea, seguramente agotado por horas de vertigo. Ella reflexiona entonces la situación. LLeva a un inmigrante ilegal en el asiento de atrás, un tipo que por su manera de actuar se mueve desde el desgarro, avanza por la carretera y en su desesperación se monta en un coche con el riesgo que eso supone, sin embargo ella ha perdido el miedo y en ese momento pretende ayudarle. Le mira por el retrovisor y le pregunta si tiene hambre, si quiere comer algo, el dice que si. Se paran de nuevo, el se queda dentro del coche, ella baja pero se lleva la llave. Vuelve con unos bocadillos y agua, se los da y arranca de nuevo. El hombre come con velocidad extrema y bebe las tres botellas de agua. Siguen por la carretera, ella vuelve a mirarle, el mira por la ventanilla. El viaje es largo y apenas hablan. El hombre duerme a ratos y se despierta siempre muy agitado, preocupado. En seguida ella le tranquiliza. Ella entonces siente sueño y se preocupa, no le gusta conducir así. Quedan aun doscientos kilómetros. Pone música, el no dice nada. Solo mira por la ventana. Las luces de los coches por el otro lado de la autovia, los neones de los clubs que aperecen intermitentemente, poblaciones que se van quedando a los lados. En la radio el locutor habla sobre un trompetista de los cincuenta, un tipo con vida extrema y agitada y pone canciones para ir completando el programa biográfico. La trompeta parece un eco, una navaja que suena en la noche, en la inmensidad de lo que el coche atraviesa. Ella entonces se pone a llorar, llora desconsoladamente y se detiene. Se baja del coche en una especie de merendero. Llora fuera del coche. El hombre sigue en su sitio, inmóvil, como si nada pasara. Ella llora fuera y grita algo, le da una patada al coche. El hombre no hace nada, no mira, no reacciona. Sigue estático dentro, en el mismo sitio en el que lleva todo el viaje. Ella abre su puerta y le indica que baje y se abraza a él como si le fuera la vida en ello. El hombre está asustado y no comprende. Ella llora apoyada en su pecho y él está quieto haciendo practicamente lo que ella le hace hacer. Es de noche y él no comprende, pero es que nadie comprende nunca nada

1 comentario:

Anónimo dijo...

brillante, como siempre!

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