martes, octubre 09, 2007

Números

Doscientos dieciseis, doscientos diecisiete, doscientos diecinueve.... Así siguió durante unas dieciocho horas. Acurrucado en un banco del aeropuerto, esperando a que anunciaran, por fin, la salida de su vuelo. La maleta debajo del banco y un libro que terminó usando de almohada, aunque fuera una figura psicológica, pues evidentemente nada tenía de almohada ni de comodidad las mil y pico paginas de "Los hermanos Karamazov". Pero ahí, puesto debajo de la cabeza, emulaba o hacía recordar las almohadas de verdad, las que se usan en las camas... Cuatrocientos veinticinco, cuatrocientos veintiseis, cuatrocientos veintiocho.... Iba saltando numeros desrodenadamente y la cosa consistía en saltarse un numero justo en el momento antes de decirlo, Si iba por el quinientos tres y según el organismo al completo trabajaba en la formación mental del quinientos cuatro, era justo ahí cuando debía saltar, no pensar en el qunientos cuatro y si evocar, convocar a la escena mental al quinientos cinco. Había comenzado por puro aburrimiento, con la intención, quizá, de echar una cabezadita, consciente de su incapacidad para dormir en espacios públicos. Había arrancado en el lejano uno y había decidido saltarse un numero esporadicamente a partir del cincuenta y tres, numero que en el que ya no pensó. En el trescientos cuarenta y ocho tuvo la primera crisis," debería dejar de pensar en numeros", pero la bola ya estaba arrancada, y como muchas veces pasa, la cabeza no cedió ante sus deseos, sino que ajena a su petición, continuó, rítmica y obsesa, con el baile de numeros. En el setecientos decinueve pensó por primera vez en la posibilidad de que los saltos de numero tuvieran una frecuencia o una explicación no aparente. En el mil doscientos treinta y tres volvió a desear parar de contar, pero esta vez se lo dijo a si mismo con menos intensidad, consciente de que muchas veces la cabeza hace lo que le sale del forro y concluyó en el el dos mil novecientos cuarenta y uno que "la cabeza pare cuando quiera. Esto en algún momento tendrá que parar"... Cinco mil setecientos dieciocho, cinco mil setecientos veinte... Salto, pensó. Salto y sigo. Mientras la cabeza seguía alo suyo tambien reflexionó en otras cosas o se hizo preguntas "¿Como carajo entran todos esos numeros ahí, como se ordenan?, ¿Quien los ha metido si yo nunca he pensado en todos?, Debe haber muchos numeros en los que yo jamás he pensado. Por ejemplo el seis mil ciento catorce, quizá nunca antes había pensado en ese número". reflexiones, por otro lado que no llevaban a nada. A paritr del veinte mil seiscientos tres, decidió que los saltos de número debían ser de mas de uno. Incluso muy exagerados, y asi del veinte mil seiscientos ocho saltó al veitiun mil seis. se deshizo de reglas, iba y volvía. Algo de eso le llevó a comprender, repentinamente, determinadas tendencias artisticas. Cuando la reglas aburren hay que innovar, se dijo entre el treinta mil setecientos y el treinta y ocho mil dos, que supuso el mayor salto de numero hasta el momento. De repente una chica se sentó enfrente, siguió contando, pero se fue acomodando, dejó de estar tumbado y se sentó para no dar mala impresión. Ella le miró y con voz amable y dulce le preguntó si sabía algo del vuelo, que curiosamente, compartian. Ahí, justo ahí, dejó de contar y lo que viene, lo que viene ya es otra historia, otros numeros. Cero, concluyó.

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