jueves, marzo 17, 2011

La esperanza

Por la ventana baja entra el reflejo de la luz. Huele a café, a café puro, a café bueno. Por la callejuela pasa un joven fuerte, alto, moreno, parece que va a trabajar. Empieza el día y la luz anuncia una forma natural, tremenda, de esperanza, pero no una esperanza humana, sino una esperanza incomprensible, que trasciende a los seres vivos. El café cae en la taza y Alí lo huele como si fuera el primer café y el último. La humedad se parece a Dios, a ese Dios en el que no cree Alí. Alí cree en el café, cree en las dimensiones: "las cosas pequeñas se hacen grandes y las grandes pequeñas. En ese cambio constante de dimensiones está el secreto" y cree en el Sol, casi como herencia de una religión enterrada en la tierra. Alí termina el café con sosiego mientras el amanecer cumple su ciclo y se instala la luz, también el calor y la humedad. Se calza y camina por las callejuelas de tierra. Saluda al paso a los de las otras casas, casi con desgana, pero una desgana tremendamente dulce, cariñosa. El camino hasta el muelle es casi laberíntico: Callejuelas a medio hacer que dan a otras callejuelas a medio hacer. Alí finalmente alcanza el muelle, saluda a los otros y alcanza su lancha. Acomoda y repite los ritos diarios, las labores antes de arrancar. Enciende el motor que suelta la bocanada tremenda de olor a gasolina y gira. Avanza entre los brillos del sol reventando en la corriente. Alí comanda su lancha a solas, camino de los arrecifes. Antes de llegar a los arrecifes ve que un viejo compañero gira hasta el cayo, Alí duda. Piensa que el compañero quizá tenga problemas y dirige su lancha hasta el mismo cayo con la idea de ofrecer ayuda. Va frenando y lanza las cuerdas al palo que hay por el lado sur del cayo. Deja la lancha atada y salta al agua que a esa distancia cubre hasta las rodillas. Ve la lancha de su compañero y camina hasta la orilla. El cayo está vacío y Alí lo recorre. Entre semana los cayos son casi planetas lejanos, vacíos, silenciosos, tan vegetados, tan distintos del fin de semana y fiestas que se llena de gente de la ciudad con su bullicio y su agitación. Ese cayo, para Alí, siempre fue un misterio, está cerca pero es el más inaccesible, también el más vegetado. Recorre la primera playa y entre la maleza trata de alcanzar la playa norte, donde nunca hay nadie, ni siquiera en fines de semana. Alí ve una figura a lo lejos, entre más maleza. Intuye que es su compañero. Alí empieza a sentirse desconcertado. Camina cada vez más rápido. Sin saber porque Alí piensa en el misterio, en algo que es invisible, inalcanzable, pero le parece estar recorriendo un misterio. Llega por fin a la playa norte. En la playa, acostado, tostándose al sol, Alí ve a un tipo que debe ser extranjero. Muy rubio y de piel blanquecina corre el peligro de abrasar su piel. Alí desciende el ritmo al andar. Saluda con desgana, el tipo s epone en píe. Está sangrando por la boca, le habla, le dice algo que Alí no comprende, el tipo mira pero no mira a Alí, parece estar hablando desde la lejanía, el tipo, efectivamente es extranjero y habla con pasividad, pero una pasividad angustiosa, casi con horror. La boca sangra lenta, Alí trata de hacerse comprender pero no llegan a un acuerdo. El extranjero habla, sigue soltando una hilera extraña, rara, en un tono incomprensible, de palabras. Los párpados casi cerrados. Alí le mira y siente que algo no va bien, que debe irse, en ese instante aparece otra figura por el otro lado. Es un tipo con un aspecto raro, el pelo muy largo, la barba desaliñada y una camiseta de un color violento, se acerca hasta ellos. Alí mira a los lados, piensa que le van a golpear, pero no hace nada. Se acerca y con terrible pronunciación pide ayuda. Alí pregunta que ha pasado, pero el otro contesta que han visto al demonio. Un demonio jodido, un demonio que camina hacia la luz, un demonio que se alimenta del dolor. Alí le mira. Sin saber porque le suelta un puñetazo al de la camiseta violenta, el otro mira asustado, pero sin capacidad de reacción. Alí comprende que algo no va bien. Sin haberlo notado, aparece su compañero:

.- ¿Qué haces aquí, Alí? ¡Qué carajo haces aquí!- le grita fuera de sí.

Alí no contesta. Espera. Espera algo, no sabe que, pero espera algo. Su compañero lleva una bolsa en la mano.

.- Alí, vete. Vete, coño. Vete ya

Alí le mira y le pregunta que está pasando. El otro dice que mejor no pregunte. Que se vaya, que si cree en la moral, que si cree en la bondad, que si cree en algo, que se largue. Esta playa es otra cosa, Alí. No pierdas la esperanza. Vete. Aquí se acaba todo. Esta es la puerta. Y Alí le mira, le mira unos segundos. Alí espera una bola invisible que anuncie algo más, pero no pasa nada. Los extranjeros están casi fuera. Luchadores con la boca pegada a la lona. Y su compañero le vuelve a gritar que por favor se vaya. Que no siga ahí, que salve lo que queda, algo, lo invisible que todos tenemos. Que se vaya. Que no esté ahí. Y Alí se larga sin mirar atrás, con la esperanza de borrar de su memoria ese extraño acontecimiento. Con la esperanza útil de encontrar su lancha y empezar, por fin, a trabajar ese día.

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