domingo, marzo 13, 2011

Carretera

En mitad de carretera paramos en un sitio bastante desolado. Un espacio amplio, bien iluminado, con todo recién construido, pero sin embargo tan vacío en medio de extensiones. Un camarero desganado nos pone las dos primeras cervezas y nos quedamos un rato callados, como si detener la marcha hubiera detenido un poco todo. Suena una música por altavoces incrustados en el techo que parece venir de lejos, pero una lejanía incomprensible, una lejanía inexistente, una forma sonora de vacío. No hay más. Hay ese local amplio en medio de la carretera, vacío, el camarero desganado y las cervezas. Luego R me habla, me habla de la cercanía inminente del apocalipsis. Me habla de fechas, de nuevos órdenes universales, del fin de cosas, pero sobre todo habla del apocalipsis, de caos, de aviones que caen magnéticamente, de ciudades inundadas, de gente corriendo mientras se desmoronan construcciones, y al final de un largo y terrible discurso, R vuelve su discurso optimista, en el fondo, dice, es una fortuna, una fortuna extraña, pero fortuna al fin y al cabo, el asistir al apocalipsis. No vimos el inicio, no sabemos como fue, pero al menos veremos el final. Sólo nosotros, los de ahora, no lo vieron ellos, allá en el siglo 18, en siglo 16. Al menos nos queda la negra y distorsionada fortuna de ver el desmorone, el desmembramiento, la forma final de locura. Luego se queda callado, sigue sonando esa música que casi es inaudible pero que marca tanto, el camarero se ha perdido dentro, tras la puerta a la cocina. No hay nadie, dice R, no hay nadie ahora. A veces veo imágenes peculiares, sigue, imágenes que todo lo condensan, como sueños de otro, como figuras trasparentes que se van diluyendo en la niebla, ese camarero me recuerda a eso, ese camarero, en el fondo no está, tampoco esto. A lo mejor, concluye después de un sorbo de cerveza, el apocalipsis ya ha sucedido y nso hemos quedado solos. ¿Te parece que sigamos viajando? pero primero tendré que poner gasolina.

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