lunes, marzo 21, 2011

Carretera de noche

Cada día es distinto, todas las noches son la misma. La tiniebla diaria, la tiniebla absoluta, ese viaje a la ausencia celeste de luz solar, nos inserta, inevitablemente, en un estado de animo distinto, afectado, lejano. Las cosas en la noche suceden más allá, una distancia extraña, porque no es distancia calculable, no es una distancia física. Delante de la ventana pasa la carretera iluminada de cerca por esa pelota de luz que son los faros de la furgoneta reventando en el asfalto. Llevo un rato dormido así que al mirar alrededor e intuir una extensión prolongada rota esporádicamente por lejanas poblaciones soy incapaz de saber donde es que estamos ahora mismo. Atravesamos un largo recorrido nocturno, es madrugada y mi percepción de la realidad es extraña en este instante. La furgoneta avanza, avanza hacia la tiniebla permanente que hay delante de la luz móvil de los focos delanteros de la furgoneta. Hay una sensación contundente de fragilidad y de fugacidad que se entremezclan. En ese avanzar extraño es inevitable intuir que somos fugaces y frágiles, pero además todo resulta lejano. Carretera y noche, las líneas discontinuas parecen reflejos de días, que van siendo engullidos y quedando atrás. ¿Cuántas líneas habremos devorado cuando lleguemos al destino? Todo va pasando y además hay una presencia inevitable, la noche te recuerda donde estamos, en medio de la infinidad. La furgoneta avanza, claro que avanza, pero ¿Cuál es el destino real? Las poblaciones van pasando a los lados, lejanas, luces allí, ordenadas de un modo que cuesta descifrar. Códigos de algo que no sabemos leer. Otros lenguajes que se están sucediendo y del que nosotros no somos más que letras sueltas, todo son símbolos o todo es lo que sucede, sin más. Hay una permanente transfiguración. Todo se va volviendo otra cosa. Sabiendo, eso sí, que todas las noches son la misma.

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