lunes, marzo 07, 2011

En la cama

En la cama, un rato después de haber estado haciendo el amor con algo de ansiedad, yo me quedaba con los ojos cerrados pensando en asuntos frágiles, volátiles, más que pensamientos eran pompas o globos invisibles, ella siempre se sentaba con la espalda apoyada en el cabecero de la cama, sacaba un cuaderno de la mesilla y empezaba a escribir. Yo escuchaba el sonido del bolígrafo sobre el papel, que me resultaba entre agradable y molesto, sin saber muy bien por que sensación precisa se decantaban mis emociones, si lo agradable de ese ritmo no del todo acompasado del bolígrafo delineando palabras o ese crujir molesto de la textura de papel mientras es recorrida. Escribía, algunas veces lo leía en alto, otras veces me pasaba el cuaderno, pero a mi nunca me gustaba lo que escribía. Eran poemas pretenciosos o textos medio abstractos sobre los delirios del ser humano instalado en el hastío de si mismo. Nunca confesaba mi poco apego a su escritura, tampoco mi extrañeza a que aquellos textos salieran después de hacer el amor, pero ella insistía, como si el sexo, según su criterio, le otorgase algún tipo de inspiración o fuese el punto de partida hacia un lugar en mitad de un desierto o un terraplén, un terraplén pegado a una carretera de circunvalación de una ciudad de clima continental. El asunto, no obstante, me empezó a perseguir y además me perseguía en el instante en el que mi cuerpo merodeaba sobre su cuerpo. En mitad del sexo me aparecía la visión de lo que sucedería después: ella apoyada sobre el cabecero, escribiendo con tesón, con insistencia un texto que de algún modo terminaría leyendo y me centraba en dirigir algún tipo de fuerza invisible a través de mi miembro para convencerla de ese modo peculiar de no hacerlo. En ese sentido, el sexo con ella se volvió una lucha doble, para ella era la puerta a la escritura, para mi era el pasillo hacia el absurdo. Ella batallaba por alcanzar aquella puerta, yo batallaba por dejarla cerrada y abrirle otras, pero al final, después de gemidos y palabras indiscretas el final siempre era el mismo, se abría, inexorable, la puerta a ese extraño mundo de su poesía. Tiempo después, asumida la derrota total, cambié de táctica, me convertí en analista desquiciado de su obra. Un crítico en busca de un significado oculto. Aquello escondía un misterio y este se debía desvelar en sus textos. Así que pasé a preocuparme por ver cada frase, cada palabra. Esperaba con calma, tranquilo, cerraba los ojos, seguía el rito. El bolígrafo contra el papel. La espera era angustiosa, pero al final su voz se pronunciaba:

.- ¿quieres leerlo?

.- Claro, amor. Claro.

Me pasaba ceremoniosa su cuaderno. Soltando siempre alguna frase categórica:

.- Este me gusta. Creo que ronda mi estilo más liberado. Me he dejado llevar, sin pensar demasiado en lo que viene. Estoy contenta. Dime que te parece.

Y yo cogía el cuaderno, sabiendo que me enfrentaba a otro de esos textos sin consistencia, sin nada.

Fluye, fluye en mi la carga mística. Hoy soy luz. Hoy soy la división de la flor, la batalla invisible de la mosca, la belleza de lo insignificante. Soy universal y mínima. Soy perro y gato, agua y fuego. Liberada de lo consciente. Flotando en mi, sobre mi, sobre todo.


Lo leía, lo releía. ¿De qué modo hacía el amor para provocar eso en un ser humano? ¿Dónde estaba el error en manera de follar? ¿ La batalla invisible de la mosca?

.- Me ha gustado, cariño. Estás liberada hoy.

.- ¿Si? ¿lo has sentido?

.- Si, lo siento absolutamente. Todo está iluminado aquí.

.- Si, yo también lo siento.

Busqué, busqué después de cada sexo, de cada polvo. Leí, releí, analicé y no encontraba el fallo.

.- ¿No escribes otros textos?

.- No, sólo escribo cuando vienes tu.

Lo que agudizaba mi paranoia. Sólo escribía textos en el ratillo del post coito, en ese rato que otros fuman, otros discuten, otros no hablan, otros se duermen saciados, otros sienten inseguridad de su pareja, otros se levantan para masturbarse, otros se abrazan, otros se van corriendo, otros se maquillan, otros se esconden en armarios, otros se asoman a la ventana, otros se arrepienten. En ese rato de frenada, de pequeño sosiego, ella escribía. Escribía textos místicos, textos con olor a incieso y camomila. Todo eso sucedió hasta aquel día, que ceremoniosa, repitiendo ritos, me pasó el cuaderno y me dijo:"este es algo depresivo, pero así me siento". Aquello no anunciaba nada bueno, pero lo leí, si cabe, con más atención que los anteriores. Quizá en ese estaba el misterio desvelado, la pista definitiva.

Invisible. Eso soy. Hacia la nada camino. Invisible. Esa forma previa al desaparecer.

Lo leí varias veces. Callado. Encendí un cigarro. Lo volví a leer. Me giré para abrazarla y mentirla de nuevo, pero no. No estaba. No mentí. Todo era cierto. Había desaparecido. Se había vuelto invisible y sentí algo parecido a la nostalgia.

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