martes, marzo 15, 2011

Instantes

¿Fugaz? Si. Fugaz. Viene y se va. Tampoco es evidente. Cuando se va es que te has dado cuenta que estuvo. A mi me sucede cuando vas acelerado, llegas tarde subes la calle apresurado, cruzas hasta la parada del autobús y en ese instante justo, como una afinación de los elementos, aparece el autobús. También me pasa en ocasiones más abstractas. Cuando estás sentado y te revienta la luz del sol en la cara, estás en manga corta, te pides una cerveza, no hay prisa. Parece que tienes ante ti la posibilidad infinita del tiempo. Luego dura poco, pero hay una forma luminosa de percepción que parece haberte otorgado la pausa definitiva, como si te hubieras quedado en ese instante. A veces pasa en una forma oculta de melancolía, te sabes en un precipicio hermoso, tomas conciencia de lo que se ha olvidado y aunque no lo recuerdas anda por ahí y afuera llueve. Tan sencillo otras veces como escuchar una canción, una canción de la que conoces sus recovecos, sus escondites, porque esa canción te pertenece, es parte de tu organismo. Estuvo allí, en momentos que ahora vienen diluidos, confundidos y poco claros. A veces viene en un mordisco, en algo que te has llevado a la boca. A veces en las palabras de otro, en la confesión amable del otro. Hubo un tiempo que podía venir en un cigarro. A veces en el paso de imágenes al otro lado de la ventanilla de un coche. En la forma más real de viaje. Los paisajes van, van y tu te sabes en movimiento, hacia adelante. A veces viendo algo, cualquier cosa. A veces saliendo del dolor, del dolor físico, del dolor prolongado, de la conciencia de que todo se acaba. En el café del desayuno. Con ella, con la niña, es a cada rato, pero sobre todo por las mañanas vistiéndola, subiendo la calle apresurados porque llegamos tarde y nos montamos en el metro y ella lo mira todo desde el prisma más real de las cosas y ríe a todos los del vagón que van callados y no aguantan su sonrisa y entonces ríen y olvidan durante medio segundo a donde van, le sacan una mano, la saludan y la niña responde y sonríe, con esa sonrisa absoluta. Todo se detiene. Se está en otro instante fugaz. Si, fugaz. Tremendo.

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