martes, mayo 04, 2010

Mujer en domingo

A las 13:12 pasará el tren. Espera en esa estación al aire libre, amplia y de hierros que se entrecruzan lineal y racionalmente para conformar un espacio y una amplitud que han ido transformándose desde el principio de su existencia para convertirse en esta estación fugaz y céntrica, de flujo intenso pero veloz. Aquí nadie aguanta más de siete minutos que es lo que tarda en pasar el siguiente tren. Hay un par de gatos al otro lado de las vías que caminan sigilosos, como si se supieran observados y poca gente que espera el mismo tren que ella. Todo es de paso en el andén. Es domingo y el cielo anuncia tormenta vespertina. Calcula el tiempo que durará su trayecto, y si le dará tiempo a caminar desde la estación hasta la casa de su hijo sin que empiece a llover. Mira hacia el norte, tratando de ver en que estado están las nubes en aquellas alturas y no deduce nada. Llega el tren. Sube y se sienta. Se sienta junto a una pareja que van con un recién nacido en brazos. Ella no puede evitar hablarles y preguntarles por el bebé. Mientras, el tren va saliendo de la ciudad. Afuera comienza a sucederse la constante variación del paisaje:

- Yo he tenido cinco y ahora once nietos. Claro, los nietos se han ido haciendo mayores también. Hay tanta alegría y luego tanto vacío. Ocupan tanta vida cuando son pequeños y luego se van yendo y la casa se va quedando vacía. Los ciclos. Ley de vida. Sin embargo el segundo. El segundo nada de esto vivió. Nació marcado. Todos seguían prestando atención a la mayor, yo me centré en él. La ilusión se la llevaba la mayor, la atención de todos y él, tan menudito desde pequeño. Creció, siempre fue buen chico. Una madre conoce a sus hijos. Puede cegarse pero los conoce. En seguida dijo que se iba al ejercito. Muy decidido. Le gustaba aquella vida. Le gustaba el aire. Allí, fíjense, le llamaban "el niño", porque era un niño de espíritu, de cuerpo. Tenía ese carácter. En el quinto salto. Fue en el quinto salto. No le abrió el paracaidas. Eso es lo más duro para cualquiera. No le abrió, fíjense. Yo perdí un poco la cabeza, pero tenía cuatro más y no podía perderme. Ellos me necesitaban, pero estuve un tiempo en otro lado, fuera. La vida. Una manivela decide. No abrió. Era joven, muy joven. Eso es lo que mas me angustia. Se perdió los ciclos. Apenas empezaba. No le dio tiempo y en el quinto salto. Y una madre nunca espera eso, que en el quinto salto, pero fíjense la vida sigue. Más ciclos. Como las estaciones, como este tren. Ahora voy donde el pequeño. A comer. Subo algún que otro domingo. Los nietos crecen. El pequeño es tan gracioso.

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