viernes, mayo 07, 2010

Idea autobiográfica

He llegado al ordenador, café en mano; decidido, constante, con esa luz azulada entrando por la ventana. He tenido algunas sensaciones, ¿Cómo llamarlas? ¿Poéticas? Había silencio en casa, esa luz fantástica entrando por las ventanas y maquillando el ambiente de esa atmósfera agradable y esperanzadora del día que arranca. He bebido café, he tecleado usuarios y contraseñas, convencido de escribir otro post en este blog perdido. La idea era clara, estaba prefigurada en mi cabeza, estaban ya hilados algunos tramos; luego siempre me impulso por ese aire de improvisación, para unir los cabos sueltos. Esto, sospecho, que nunca queda resuelto. Las pocas veces que releo posts descubro amontonamientos de palabras, errores a la hora de teclear o fallos por ir pensando mientras se escribe, problemas serios de puntuación y palabras escritas que aparecen sin ser esa la que tenía que ir ahí, en suma los graves problemas de la no corrección. No es la primera vez que pasa, pero siempre molesta que en el momento exacto que me pongo a teclear desaparece, se desvanece la idea, se fuga. Huye inesperadamente. Como si en ese despiste de los actos burocráticos, de entrar a la página, de introducir contraseñas, la idea aprovechara para escabullirse. Eso siempre me hace sospechar que las ideas trasladadas a texto no se sienten cómodas. A las ideas les gusta andar liberadas, como ideas, como abstracción. Si las atrapas y las encierras en palabras se sienten presas, se sienten amordazadas. Por eso ha escapado esta, por eso se fue. La idea estaba clara. Creo que pensé ayer en ella cuando bajaba en bicicleta por la calle Miguel Ángel, e incluso recuerdo la invasión de esa idea como un aire con el que te das de frente. Lo recuerdo porque en ese momento saltó la cadena y me tuve que frenar y colocarla justo en un portal en el que entraba una señora muy arreglada. Vino como ese airecillo que te agita el pelo (Que por cierto te tienes que cortar ya) y comencé a jugar con algo que debería llamar estructura, pero en ese instante saltó la cadena y dejé aparcada la idea y me centré en los piñones del plato, en esa mecánica abismal de la bicicleta. Creo que pensé también en que sería de un virtuosismo inalcanzable para mi, obvio; hacer un cuento que estuviera tan hilado como el mecanismo de una bicicleta. Se mueve la rodilla, gira el pedal, la cadena comienza su ciclo y esta arrastra la rueda que a su vez empuja a la otra rueda que es sostenida por mis manos para mantener la dirección. La fuerza que sale de mis rodillas, que ejecuta el movimiento corporal, activa toda una cadena para terminar en mis manos que dirigen toda esa fuerza mecanizada. Eso se interrumpió cuando la cadena, improvisadamente, saltó. Claro que eso también podría ser un texto o el final inesperado de un texto escrito por un virtuoso, porque si aun virtuosismo tal le agregas esa pizca de improvisación, de fantasía, de juego, el cuento sería redondo o al menos el concepto de cuento redondo que transita por ese otro mecanismo, bastante más imperfecto, que es mi cabeza. El caso es que ese acontecimiento desvió mi atención de esa idea que me había alcanzado mientras pedaleaba, bastante contento, calle Miguel Ángel hacia abajo. Luego, bien pensado, todo se parece o todo puede ser metafórico: El tiempo es la cadena, mi vida esa fuerza que activa la cadena. Despierto, entra la luz de la mañana que tanto se parece a ese airecillo que me alcanzo en la calle Miguel Ángel. Y claro, la metáfora es circular si la idea, como la cadena, saltan. Salta la cadena, se fuga la idea en un instante en el que debían seguir continuando los ciclos, las cadenas, los pedales, las ideas. Se detiene la bicicleta.

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