miércoles, mayo 12, 2010

Café sobre papel

Se cae la taza de café empapando las hojas donde había comenzado a escribir. El efecto del líquido repartiéndose por la hoja, extendiendose y diluyendo las letras y transformándolas en pequeñas lagunas negras le producen primero una profunda molestia convertida velozmente en una enorme atracción ante el proceso que está viendo. Es consciente de la incapacidad de haber generado semejante transición, de haber logrado nada parecido a lo que se está produciendo, en ese instante, sobre la hoja. Sin limpiar nada, sin alterar el proceso se queda mucho rato observando la evolución del mismo. Llega un momento en que el café esparcido se detiene, se queda estático. Durante un rato la tinta negra se sigue aguando, deshaciendose las letras escritas, uniéndose al café y formando un líquido de un color básicamente feo. Pasado el tiempo, el liquido comienza a secarse, se va pegando extrañamente en la hoja y la hoja va sufriendo un velocísimo proceso de envejecimiento. Lo que inicialmente era un folio blanco, nuevo, en el que se habían escrito unas cuantas frases se ha convertido, en un proceso bastante veloz, en una vieja hoja con manchas repartidas irregularmente. Teniendo en cuenta que sus primeras frases merodeaban la idea de un cuento con un pequeño juego temporal, el suceso le parecen, con toda seguridad el mejor texto que jamás haya escrito, porque es la metáfora más exacta que nunca haya escrito. El accidente le proporcionan, de repente, la felicidad de haber logrado, por fin, un texto preciso, minucioso y completo. El juego temporal está plasmado, lo que empezó ahora fue un viejo veloz a un envejecimiento repentino. El presente sucede tan veloz que el ahora se convierte en un remoto futuro de un plumazo, un plumazo que en este caso es una taza esparciéndose por la hoja. La hoja, por supuesto, la lleva a su editor. El editor la mira y no comprende.

.- Es mi último cuento. El mejor que jamás haya escrito.

Obviamente el cuento jamás es publicado.

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