lunes, mayo 10, 2010

Anotación

Las vidas salvajes, dice Bastian, no están escritas. La literatura no abarca determinadas biografías, las biografías de determinados personajes que uno conoce y de los que escucha la narración apresurada de su vida tomando conciencia de la posición de la propia. Hay escenas que vuelcan y dan un giro a tu existencia. Se comprende mejor el pasado y te ubica en ese presente alcanzado y en el que no siempre se reflexiona. Un presente que se ve, que se percibe, como la forma natural que ha ido tomando el tiempo y sin embargo, de repente, el presente, tu propia vida toma una nueva dimensión porque te encuentras con las vidas salvajes del pasado, esas vidas de las que de algún modo fuiste parte: La imagen es nítida, muy sólida. Veo a Bastian y veo a J. A Bastian el encuentro le está alcanzando más allá de la mera reflexión, de la mera emoción que siempre produce el pasado lejano traído de golpe. A Bastian el reencuentro le ubica en el presente, le está dando una nueva dimensión a los días que vive. Para J todos es cálido, porque el ya sintió esa calidez hace años. Afuera llueve y las luces de los bares rebotan en el asfalto mojado. La ciudad le trasmite una vida que no sentía desde hace años. Le agrada lo que percibe, no lo traduce, no piensa demasiado en ello, pero siente que esto es tan nuevo que casi lo ha vivido. J es el paradigma de la vida salvaje. Movido por el instinto de la supervivencia ha llegado a la ciudad y ha llamado a esos dos tipos que le abrieron alguna forma de vida en aquellas calles infernales, en aquellos años frenéticos. J es entrañable porque en el cariño encontró la única forma de estabilidad que ha rodeado su vida. Si J no fuera tan cálido, su vida se hubiera desmoronado. A las puertas de la delicuéncia, a las puertas del vértigo, esa forma bohemia de comprender la vida le han salvado de caer en ese precipicio que tuvo siempre a dos pasos de sus zapatos. J corre y va, pero todo el mundo le quiere, todo el mundo le quiso y se mantiene enérgico y en píe por eso mismo. j es un gatillo que corretea por los tejados al que todo el mundo en los vecindario le deja un platillo con agua y algo de comer. Ese gatillo corretea, salta y va alimentándose de lo que genera su capacidad de calor, su ternura intacta a pesar de la velocidad, a pesar de los riesgos. Bastian le escucha y dimensiona su vida, la ubica y la comprende en un plano mucho más amplio. Está aquí porque estuvo allí. Bastian comprende exactamente las palabras de J, la narración bestial de una vida que a cualquiera le hubiera dejado hecho trizas. Escucha los recuerdos que ni Bastian ni su hermano recuperan con facilidad. J evoca aquella época mientras Bastian y su hermano la van trayendo torpemente desde el punto opuesto. Para ellos los años aquellos fueron el precipicio, la incomprensión, para J ellos signficaban exactamente lo contrario: La fascinación de un mundo distinto, bien engrasado, atractivo. Para ellos J era el paradigma de la nueva situación. El mundo marchitado, agitado y bestial. Nunca lo pasaron tan bien ni tan mal. Era lo que había allí, en el mundo de J. Los extremos vitales: La salvaje alegría, la salvaje desesperanza. J es todo ello y pide más alcohol, porque queda poco tiempo, porque se tiene que ir. Beben, brindan de nuevo por ese reencuentro acelerado, veloz e intenso. Se recupera. Si algo se sabe de un reencuentro es que el tiempo en segundos se comprime y quince años sin ver a alguien se convierten en nada y se está de repente en el mismo plano, en la misma conversación y salvajemente se recupera algo que estaba detenido.

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