domingo, septiembre 20, 2009

Rande

Se viene el otoño, se viene. Hoy he visto una imagen del puente Rande y claro, otoño y puente Rande se parecen tanto. Recuerdo cruzar el puente un día de lluvia, llovía como fin de mundo o con nostalgia y cruzábamos el puente en el R18 y la lluvia caía sobre la ría y a lo lejos no se distinguía nada. EL viento era fuerte y el coche se agitaba leve cruzando el puente. No se porque recuerdo ese día cruzando el puente Rande. En general era emocionante cruzar el puente sobre la ría, esa fascinación infantil ante las obras mastodónticas o de apariencia imposible. Atrevesar el puente moderno, solemne sobre la ria, otorgaba a los paseos en coche un aire de ciencia ficción, como si de algún modo el R18 de repente fuera una nave surcando la galaxia. Había algo de eso. Había cierta emoción en ver al viejo conducir sobre el puente Rande, incluso te preparabas el kilómetro previo, el anticipo a cruzar el puente. El coche venía recorriendo la carretera pegada a la costa, las mejilloneras formando archipiélagos de mentira por toda la ría, y tu mirabas el puente acercándose mientras el coche avanzaba. Cogías un poco de aire, ese aire que se coge antes del giro duro en la montaña rusa y el coche entraba en el puente y mirabas a los lados, hacia abajo, tratando de descifrar la altura, de percibir toda la altura que había hasta el agua. El puente no es un gran puente, es un puente modesto, pero entonces cumplía las expectativas imaginarias de un gran puente. Si en aquella época me hubieran dicho que era el puente mas grande del mundo me lo hubiera creído. En cualquier caso era el puente por donde cruzábamos con el viejo los fines de semana que nos llevaba algún lado. Generalmente sin dirección, avanzando hacia donde fuera que nos llevara el día. Podría ser invierno, el mas profundo y lluvioso invierno o un día de calor en medio de mayo que cogíamos el coche y cruzábamos el puente y nos íbamos lejos, muy lejos. Mi viejo conducía insaciable, sin prisa. Sentía placer en conducir. Al tipo le gustaba llevarnos atrás. No llevaba dirección, cogía desvíos al azar y terminábamos a veces en cualquier pueblo, horas después, en medio de Galicia. Recuerdo días lluviosos metidos en el coche como una caravana que nos protegía del invierno, de la nostalgia y el paisaje era profundamente melancólico o yo ahora mismo lo recuerdo profundamente melancólico porque estoy recordando todo aquello, pero el coche avanzaba ajeno a esa nostalgia poderosa del paisaje verde y frondoso y de la lluvia infinita. Recuerdo tantas veces las manos del viejo al volante, la mirada del que va conduciendo pausado y sin prisa, recuerdo tantas veces aquellos breves viajes que a veces sólo duraban un día pero eran infinitos, largos, realmente emocionantes y muchas horas después volvíamos a casa, deshaciamos el viaje en sentido contrario y cruzábamos el puente Rande de vuelta. Y ahora creo que eso es lo que he ido recordando, la vuelta a casa en un día de lluvia profunda. La sensación de felicidad. Eso recuerdo, viejo. La felicidad

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo en cambio lo recuerdo entrañable. Solo sentí nostalgia el día que volviamos de Acarigua, cuando el viejo dijo, con razón, que sería el último viaje juntos.

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