jueves, septiembre 10, 2009

La compleja inaccesibilidad del ahora, del aquí.

Estoy tumbado en el suelo. Es de noche y se abre el techo invisible del patio hacia el cielo. Veo la capa de ese trozo de cosmos, estrellas de las que no se el nombre, estrellas distantes, trozos de nubes que pasan. Pienso en algo de mi, pienso en otros, pienso en este texto que no lleva la forma que esta llevando. Veo las nubes, los trozos de nubes teñidas de un suave naranja por el resplandor de las luces de la ciudad sobre ellas. Van pasando las nubes y me pierdo en ver caras, formas. Un niño meando, una cara de un fauno, una flor imposible, el mapa de un país que no existe. Las formas son breves, cuando creo ver una en seguida pasa a otra. Me entretengo en eso cuando sucede que veo una nube y no veo forma. No hay metáfora. Mi cabeza no compara, no busca ver en lo que se ve algo que no está. No hay evocación, veo una nube que me recuerda a esa nube. La nube por si sola. La veo y me parece hermosa. Se va transformando, la nube va variando de forma mientras se desplaza en el cielo nocturno sobre la ciudad. Ahí va la nube, avanzando sin destino, ahí va esa masa de vapor. Ahí va ese cúmulo de viaje, un viaje extraño como todo viaje. Ahí va deshaciéndose en formas, encogiéndose, estirándose. La miro y no miro sino la nube y el momento, que dura poco, me parece mágico. No hay mas allá de la nube. Miro la nube y no la transformo en otra cosa, no metaforizo. No veo formas que evocan otras formas, ni siquiera veo sus ángulos. veo, únicamente, su movimiento y las variaciones de sus formas. El instante, se va acabando, la nube se pierde por una esquina del techo invisible del patio. Vuelvo a las formas, vuelvo a pensar en mi, en otros, veo otras caras imposibles en esas nuevas nubes que pasan.

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