domingo, septiembre 06, 2009

Luz y sonido

Fui la primera vez porque aquel sonido que venía del fondo del pasillo del rellano de la planta en la que vivo era llamativo, suave, repetitivo y extraño. Fui sin encender la luz, acto que he repetido todo este tiempo, para no provocar un alejamiento de lo que fuese que emitía aquel enigma. Me acerqué, en la esquina donde esta la puerta de luces vi una luz minúscula que era difícil de ubicar porque un efecto visual la hacía desplazarse extrañamente en el espacio. Esa primera vez pensé en la infancia y en algunas formas de la fantasía, también pensé en los sueños. Concluí que aquella luz no era nada, sino una luz que emitía un sonido. La segunda noche volví llamado por el mismo sonido y encontré lo mismo, una luz mínima difícil de ubicar al final del largo pasillo. Miré la luz y escuché ese sonido. Pensé en referencias, también pensé que estaba viviendo en una metáfora. Era extraño, pero ese pensamiento me generó desasosiego. Estaba viviendo una metáfora. Me giré y volví a la cama, me costó dormir. La tercera noche volví, escuché el sonido, fantaseé con la posibilidad de que ese fuera el sonido que emitió el universo en el instante primero de su creación. A la luz no le hice caso. Por alguna razón el sonido me generaba sosiego, la luz desasosiego. Seguí yendo todas las noches, cada noche. Sospecho que a la misma hora, nunca miré el reloj. La luz, pasado los meses había crecido levemente, el sonido era el mismo, pero cabía la posibilidad que se hubieran agregado tonalidades que no se apreciaban en las primeras escuchas. Noté, también, un cambio de actitud en mis visitas. Los primeros meses me quedaba un tiempo breve, pero fui aumentando mi estadía al final del pasillo en aquellas visitas de madrugada. Me fui familiarizando con la luz, con el sonido entable algo parecido a una amistad. En la luz lograba ver lo que yo quería. No se proyectaba nada, proyectaba yo lo que quería, el sonido me aportaba serenidad. Una noche se quedó a dormir en mi casa Salvador, venía de Viena y seguía hacia Lisboa. Le conté lo que sucedía al final del pasillo y esa noche me acompañó. La visita fue breve, Salvador quiso encontrar explicación en la zoología, me habló de animales, de insectos pero todo ese discurso se desmoronaba con el nerviosismo que mostraba. Aquel terror mostraba que lo que acontecía al final del pasillo era algo extraordinario. Se fue a la mañana siguiente y me dijo que debía volver en mi mismo y dejar de jugar a la ciencia ficción. Seguí mis visitas, hasta ayer que por primera vez decidí lanzar mi mano para tactar la luz. Lancé la mano y la cerré, dejo de oirse el sonido y desapareció la luz. Desde anoche, también, se me ha abierto un hueco en el medio de la mano. Por ahí, cuando pasa el aire puedo recuperar el sonido que se ha dejado de escuchar al fondo del pasillo

1 comentario:

Anónimo dijo...

Luz?

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