sábado, septiembre 19, 2009

Cintas caseras

En el minuto diecisiete de la cinta entra un plano que realmente no tiene continuidad con toda la grabación. Hasta el minuto diecisiete se ve parte de la noche en plano fijo, como si alguno de ellos hubiera decidido dejar la cámara ahí para grabar la naturalidad, la espontaneidad de los que están. Nada destacable. Una noche cualquiera en casa de alguien, conversaciones que se superponen, frases que se pisan. Es sorprendente porque realmente el ser humano se comunica a pesar del dialogo. No hay una continuidad en lo que se habla. Alguien habla de un asunto de trabajo, esto se enlaza con un recuerdo común, alguna noticia del día, la recomendación de una película. Hay quien habla mas, quien permanece mas callado, oyentes. Hay algo que me gusta de la cinta. Al no conocer a ninguno de los protagonistas trato de descifrarles. Tiene algo de película, de escena guionizada. Hay roles, pero esto no es nuevo. Lo interesante es el juego de las miradas, donde se desplazan los ojos de cada uno. Mientras uno habla los otros tienen activa la otra comunicación. La observación animal de los otros. Bien visto no hay diferencias entre una manada y este grupo burgués de adultos que cenan una noche de fin de semana en un apartamento moderno. Los comportamientos animales son mas evidentes cuando desconocemos a los que observamos. El salón y los sofás bien podrían ser una sabana con un grupo de mamíferos apoyados en el suelo, observando el lento caminar del sol sobre la esfera celeste. Ahora alguien habla sobre las formas de un edificio que vio en el último viaje a un lugar en medio de Europa, la conversación se enfrasca en el análisis de las proporciones y de ciertos errores evidentes para uno y cierta brillantez para otro en ese edificio. De repente llega el minuto diecisiete, el plano fijo desaparece durante unos quince o dieciséis segundos. La cámara se mueve sin descanso, un movimiento nervioso, ansioso. Se escucha una voz y se ven cuatro pies en el suelo. La conversación sucede caótica:

.- En serio, mírame. Mírame bien. Creo que no estoy. Dime la verdad ¿Estoy muerto?

.- No entiendo ¿Estás hablando en serio?- contesta una voz femenina que reconozco de las conversación, es la chica castaña que está sentada a la derecha - Por eso no hablas- Y ríe con nervios. Una risa despropocionada.

.- No estoy. Estoy casi seguro

La cámara vuelve al plano general estático. Ahora miro a la chica castaña y miro al que sospecho debe ser la otra voz, un tipo delgado, que está a la izquierda, apenas entra de perfil en el plano. La cinta avanza en la misma tónica, alguien bebe, alguien habla. De las once personas nadie cambia excesivamente su actitud. Vuelvo a ver la cinta una y otra vez. La escena del minuto diecisiete siempre me sorprende y siempre me quedo mirando, eso si, un reflejo que hay en la ventana del fondo que a la altura del minuto quince desaparece. He congelado el instante, lo he mirado mil veces. Es cierto que el reflejo mira siempre hacia la cámara, como si fuera ese reflejo el que estuviera grabando, quien dirige esa escena común. Esa una mujer y desaparece de repente. El instante en el que desaparece, coincide justo con un giro hacia cámara del hombre que luego se cree muerto. Ese hombre mira un rato desconcertado, sin interrumpir la conversación. Luego sin aviso entra siempre la escena del minuto diecisiete.

Yo creo que si está muerto.

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