lunes, enero 05, 2009

Extraños en invierno

Escribió mas de doscientas setenta cartas aquella noche. Cuando llegó el amanecer las quemó. Se fue a la cama y soñó con Roma o algo que le pareció un imperio y en el que el pintaba algo. Al despertar llovía torrencialmente y hacia un frio humedo y jodido que se le metió en los huesos. Se asomó a la ventana y comprobó que el mundo seguía en su sitio, si es que hay sitio para algo o alguien. Cerró la ventana y se duchó, mientras se duchaba tarareó una canción que se estaba inventando. Pensó en las cartas quemadas y en esos destinatarios que en el fondo no eran mas que siempre el mismo y siguó cantando. Se secó y volvió a pensar en ese destinatario que eran todas las personas que había en el mundo con la cabeza de uno sólo. Ese destinatario eran miles de personas con una sóla cara y esa cara que le ponía a esa suma de personas era una cara inolvidable pero inventada. Salió a la calle, caminó durante horas. A media tarde vió a la que consideró la mujer mas hermosa del mundo y no supo que hacer. En esa cara se acababa su silencio o ese sentimiento extraño en el que habitaba desde hacia algunos años, seguirla hubiera sido un delirio, así que la dejó ir. Pensó que esa mujer debería ser la destinataria de las doscientas setenta cartas quemadas al amanecer de ese dia. Miró el cielo era de noche. Caminó, siguió caminando. Pensó que las aceras son el lugar mas extraño del mundo. Pensó que caminar entre la gente es un acto complejo, pensó que los paraguas son el peor remedio, pensó que el futbol tiene algo de picassiano, pensó que el tráfico es la metáfora mas exacta de todas las metáforas. Pensó que una ciudad son calles y que cada calle podría estar en cualquier ciudad, pero que solo una calle junto a otra y a otra hacen una ciudad única. En realidad lo que hace el espiritú de las ciudades son las esquinas. En las esquinas está el secreto. Pensó en la identidad y como esta se transforma, como se es y no se es siempre el mismo.

Volvió a casa, escribió ciento veinte cartas y estas no las quemó. Al dia siguiente se las dió a una mujer en el metro.

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