martes, septiembre 18, 2007

Segundos

Entró en un bar y se instaló en una silla al fondo, al lado de un teléfono de monedas que ya no funcionaba. Pidió café y algo sólido. Sacó el tabaco y el mechero, pero descubrió que aquel mechero azul, ya no funcionaba. La camarera se acercó con el café y un sandwich y el aprovechó para pedirle fuego. Fumó entonces y comenzó a sentirse mas tranquilo. Bebió algunos sorbos del café y observó, a traves de la cristalera a dos hombres trajeados que pasaban por la calle. Pensó que le gustaría comprarse un traje, un traje bonito, elegante, caminar con el por la calle, entrar en un café elegante y pedir un buen café y fumar sin prisas, pero pensó en el sandwich y apagando el cigarro comenzó a masticarlo. El pulso estaba mas relajado, ya no subian esos golpes de tensión e incluso se podía distraer con otras cosas. Luego mentalmente hizo todo el recorrido que tendría que realizar al salir del bar, por que el bar y el café también eran parte de la estrategia, llegaría a la estación y entraría al baño, allí había dejado la noche anterior el sobre del intercambio. En ese momento la camarera se acercó a recoger el plato y la taza vacia, el miró el reloj de la pared y pidió la cuenta. Todo iba bien, hasta los nervios. Encendió otro cigarro y la imagen, la última imagen, la que llevaba un par de horas negandose apareció de repente, la cara, los ojos, el último suspiro, el golpe en el suelo. Se sorprendió al no encontrar dolor o angustia al ver o al recrear de nuevo ese instante. Pensó en el cuerpo estático, duro, en las maniobra cuidadosas con la luz apagada, en lo preciso que había sido todo y casi se sintió orgulloso, al fin y al cabo era un buen trabajo, un trabajo muy bien hecho. La camarera le trajó la cuenta y pagó. Salió a la calle y se dió cuenta que mejor volvía a entrar, aprovechaba que todo iba bien para entrar brevemente al baño. Cruzó la puerta de nuevo, miró a la camarera sonriendo amable e hizo el gesto que indicaba que se dirigía al baño.

Si calculamos los segundos que perdió en el baño, en ese volver a entrar, caminar hasta el baño y los quitamos del tiempo total su operación habría sido perfecta, habría entrado al tren y ya nada lo hubiera delatado, pero esos segundos, esos segundos preciosos como cada segundo, como cada instante en la tierra, bastaron para que todo se torciera. Esos segundos precisos le jugaron en contra y él lo supo luego, al recrear la escena una y mil veces, en la pared blanca frente a su cama en aquella celda de una prisión de la que ya jamás saldría

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