sábado, septiembre 22, 2007

Humo

Entonces Borges sacó un cigarro y empezó a fumar. Claro, la situación era extraña, Borges nunca fumó, pero había algo de trabajo de campo, de experimento. Tenía en mente escribir sobre alguien que fuma o una situación en la que alguien enciende un cigarro y fuma y no es el cigarro el que se va volviendo humo sino el que fuma que a cada calada se va volviendo humo e inmortal, cósmico. Fue por eso, y no por nada mas, que Borges fumó aquella mañana, aquella candente mañana, no se sabe que marca de cigarrillos rubios. Ceremonioso abrió la cajetilla, ordenado lanzo el plastico sobrante y el papel de la apertura a la papelera junto a su escritorio. Sacó el primero de los cigarrillos, de encima de la mesa cogió el mechero que Bioy Casares se había dejado una vez que estuvieron hablando del fuego y de la historia universal y literaria del fuego, de como el fuego ha presenciado muchas escenas de la literatura y arrasado con bibliotecas enteras de libros que jamás se llegaron a leer. Borges, algo torpe eso si, colocó el mechero en la punta del cigarro, movió, como se mueve el universo, el dedo gordo y salió la llama que dió suave, o eso pensó Borges, sobre el cigarro, aspiró con torpeza, con urgencia y sin habilidad. Vió que la punta del cigarro se quemaba, pero que el efecto no se producía, comenzó, entones, a aspirar con mas intensidad y fue ahí, justo ahí cuando una nube o lo que el pe´nsó como una nube de humo entró en su cuerpo y le hizo toser. Tosió Borges algo axfisiado, pero se sintió orgulloso al ver que el dificil y complejo ejercicio de encender un cigarro ya estaba conseguido. Se acomodó en la silla y comenzó a disfrutar ese instante. No sucedió nada. No hay revelaciones cuando se fuma, pensó Borges, pero hay algo de bifurcación. Entra el humo y sale siendo Borges o parte de Borges y ese humo borgiano se expande por la habitación. Ve que se acumula la ceniza pero descubre que no tiene cenicero. La vida, piensa entonces, es la ceniza de la eternidad, aspira el humo y se ahoga un poco de nuevo. Decide entonces, no solo que no volverá a fumar, sino que el cuento que pensaba escribir no era un buen argumento. Se va el humo borgiano por la ventana y se expande por Buenos Aires, por el planeta, pero eso Borges ya no lo sabe

1 comentario:

Anónimo dijo...

Y por supuesto la corbata de Borges -que no pretendo describir-era de un rojo conjetural.


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