miércoles, septiembre 19, 2007

Anochecer en la pasarela

Caminé hasta la avenida. Me subí a la pasarela y me quedé justo en el centro viendo pasar los coches. Ese trajín resultaba hipnótico a esa hora de la tarde que se entremezclan las luces de los coches y la suave luz de lo que queda de dia. A veces miraba dentro de los coches y en esa fugacidad trataba de ver quien iba dentro, de poner caras a ese flujo irregular y anarquico. Todo era rápido, los coches apenas duraban segundos en mi visión, sustituidos siempre por los que venian de atrás y apenas se distiguian rostros o personas dentro de esos coches que pasaban y desaparecían debajo de la pasarela donde ya todo se me hacía invisible. Hice metáfora evidentes luego otras algo mas extrañas. Pensé en rios, en organos, en ciclos, en relojes, en sistemas solares, en la fugacidad, en lo finito. Encendí un cigarro y el humo y el tráfico también me parecían semejantes. Pensé en eso, luego pensé que en uno de aquellos coches podría haber pasado cualquiera de las personas que conozco en esta ciudad. Un vecino, el padre de un amigo, un profesor, el locutor del programa que oigo por las noches, que pone buena y desconocida música, una música incluso que no merece esta ciudad. Incluso pensé que podróa haber pasado yo mismo, no ahora, sino luego, yo pero dentro de unos años, conduciendo un coche que sería mio, volviendo de un trabajo que ya sabría cual es, pensando en las cosas de mi trabajo, oyendo la radio de mi coche que estaré todavia pagando, volviendo a una casa que quizá ya no sea la de mis padres. Pensé en eso pero evidentemente no me ví en ninguno de los coches o si me ví no me reconocí en ese instante breve en el que se distingue un rostro dentro de esos coches que pasan ahí abajo, tan constantemente pero sin orden aparente. Se hizo de noche y todo eran luces que pasaban de un lado a otro. Luces rojas a un lado y blancas hacía el otro, como si el asfalto fuera el cosmos y esas luces planetas que pasan y se van. El tráfico galactico. Me dieron ganas de saltar por que de repente me imaginé la gravedad cero, flotando sobre ese espectaculo cósmico. El asfalto que sostenía aquel paso de luces de un lado a otro era igual que el cielo negro que la noche ofrecía arriba, si levantaba la cabeza. Evidentemente no salté, me emocioné con la metáfora pero no salté. Pensé en los que saltan y me dio vertigo o pensé que aquel salto era una extraña forma de huida o de valentía o una extraña manera de querer vivir, pensé que el que salta no es mas que un iluso buscando algo mejor, una manera extraña de optimismo. No es pesimista el que salta, eso seguro. Esta desesperado pero tiene esperanza. Los coches seguian pasando ajenos a ese momento de filosfia barata y quise ser luz, o quise ser una de esas luces rojas, no las blancas que venian , no, una de las rojas que iban hacía alla, no las blancas que se perdian debajo de la pasarela. Quería ser una de esas rojas que se iban al frente, a lo lejos, hacía adelante. Con aire de que lo de atrás no se mira sino que lo de atrás te mira y tu avanzas y te pierdes allí. Entonces salí corriendo, abandoné corriendo la pasarela sin saber muy bien por que, corrí por las calles de la ciudad, corrí detrás de las luces rojas, siempre adelante, corrí, corrí y cerré los ojos por aquella avenida, siempre detrás de las luces rojas. Pensé que lo haría así y no dudé

1 comentario:

Anónimo dijo...

El tabaco, tan presente en tus texto. Y es que hay pocas cosas tan literarias como un cigarrillo...

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