sábado, junio 04, 2011

Mykonos

Hay un calcetín en el suelo, algunas migas y la funda de un Cd que he escuchado compulsivamente las últimas semanas. Creo recordar que hace tres semanas que no barro y que olvidé algunas tareas domesticas. He dejado un capítulo a medias del libro gris y apenas llevaba quince páginas del libro amarillo. Despierto tarde, mantengo la sensación de sueño hasta que atardece que empieza en mi una forma desconcertante de energía. He perdido cualquier vestigio de rutina horaria, como anárquicamente, cada día me acuesto a una hora, generalmente, cada vez más cerca del amanecer y apenas salgo a la calle. Si salgo, lo hago de noche. Cumplo todos los requisitos. Me gustaría recordar algunas otras cosas, la memoria se ha quedado enfrascada en un punto irreal. De tanto repetir determinadas escenas he llegado a distorsionar, radicalmente, el pasado, aunque eso no es asunto que me preocupe, lo que realmente me preocupa es la incapacidad de salir mentalmente de esas escenas ya inventadas. A veces, el entretenimiento consiste en imaginar Mykonos, donde nunca he estado. Imagino un lugar realmente agradable, construido con lo aportado por algunas lecturas y las narraciones de turistas veraniegos. Por alguna razón pensar en Mykonos me proporciona una forma peculiar de felicidad, o felicidad sin más, sin peculiaridades. Mykonos, la imagen de Mykonos me hace feliz, también me hace feliz imaginar el Sol sobre Mykonos. A veces, en ese viaje mental, subo una cuesta que da a un faro, desde ese faro se ve el mar y a un lado una población, en esa población está mi hipotética casa. Mi casa de Mykonos tiene unas escaleras, está poco amueblada y tiene una formidable colección de libros entre los que se incluye uno de Ed Pecknold, un autor que me he inventado y he prefigurado y que tiene una obra alucinante y dos de sus libros son mis obras favorita de la literatura universal. Adoro leer a Ed Pecknold o la proyección mental de Ed Pecknold. En Mykonos pongo música, una música agradablemente melódica, llena de coros, llena de armonías dulces pero con un delicado y suficiente punto de perversión. A veces pienso en Mykonos, otras veces pienso que Mykonos no existe, que no existe ese Mykonos tan agradable y trato de sacar las diferencias pero la única manera de hacerlo sería viajando a Mykonos y de momento no lo haré. Pienso en buscar trabajo, pero he olvidado los métodos para hacerlo, la verdad es que he dejado de comprender muchos métodos, diría que la mayoría de los métodos y entonces recurro a Ed Pecknold, quien llevó una vida compleja, viviendo casi en la pobreza y entregado desmedidamente a la titánica tarea de sacar adelante una obra en la que sólo el tenía fe. Ed Pecknold no bebía, de vez en cuando consumía marihuana para comprobar que la realidad es una estafa y detestaba el cine porque "es la barrera definitiva. El muro que evita la huida". En cualquier caso me debería imponer ciertas normas, al menos recoger y barrer la casa. Salir de día a la calle. Despertar más pronto, no acostarme tan tarde; luego, siempre, antes de sacar conclusiones, sin darme cuenta, me largo a Mykonos, al faro de Mykonos. Pierdo la noción del tiempo. No se si paso minutos evocando el otro Mykonos o si son horas o si realmente hago otras cosas mientras me concentro en Mykonos.

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