sábado, junio 18, 2011

Manuel Becerra

En Manuel Becerra vi la luz. Una luz que venía del túnel del metro desde Ventas. Me quedé sentado en el andén, sabiendo que Manuel Becerra es lo más alejado de cualquier centro universal. Me gustaba la sensación de silbido. Ser un silbido decayendo por el eco del túnel. No me monté en el primer metro que pasó, tampoco en el segundo. Estaba con una sensación de agradable cansancio y la luz, una luz que no vi y que me hubiera gustado ver, pero que me pareció recibir después de una semana larga de trabajo y unos días extraños, parecía comunicar algo, un mensaje por la espalda. Me hubiera quedado todo el sábado en Manuel Becerra, pero cogí el tercer metro y me fui hasta Banco de España. El trayecto me pareció extremadamente rápido. Como si no hubiera pasado tiempo, sino que hubiera sido empujado instantáneamente de una estación a otra. Al salir en los pasillos de la estación vi a un tipo que tocaba terriblemente el violín y había algo en sus gestos que me parecía admirable, una especie de héroe desubicado, una revelación inexplicable. En los pasadizos que van por debajo de la plaza vi a un tipo envuelto en cartones que bebía de un cartón de leche. Salí, había turistas haciendo fotos, menos tráfico del habitual y una luz amarilla apagada que le daba a la media tarde la sensación de fin de ciclo. Imaginé que ese trozo de la ciudad eran otros trozos de ciudades. Recordé Caracas, un sonido indescriptible que tiene Caracas o como suena Caracas en mi cabeza. barajé la posibilidad de salir de fondo, casi desenfocado en la foto de algún turista y que dentro de treinta años esa foto alguien la ve y piensa en las épocas pasadas. Un extra de una época que se va quedando lejana. Bajé por el paseo del prado. Pensé que en algún momento algo cambiaría. Algo.

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