martes, junio 28, 2011

El otro

Aquí está mi viejo amigo. Ha vuelto en silencio. Hace calor y ha debido saltar por la ventana abierta en algún momento de despiste. Da igual. Me acostumbré en otras épocas a él. Mohíno, callado, falso. Se sienta en el salón y no dice nada. A veces intercambiamos alguna palabra, alguna pregunta sobre el tiempo, sobre las temperaturas de estos días, sobre las noticias destacadas del día o sobre la subida de los precios. Yo me muevo por la casa, nunca estoy quieto. El se queda quieto y le da a todo una aire raro de mentira. A veces no me lo creo, no me creo su presencia, pero está. Cuando desaparece lo hace sigilosamente. Aparece y desaparece del mismo modo, sin motivo aparente. No le necesito, nunca le echo de menos. Su presencia me perturba a pesar de su silencio. Cuando está las cosas parecen no estar sucediendo del todo o parecen vigiladas, como si todo estuviera siendo juzgado, sin embargo es cierto que no emite juicios, pero cada uno de mis movimientos parecen tener una reacción invisible que yo creo percibir, una opinión que altera el resto de mis decisiones, que afecta cada uno de mis pasos. Está quieto, callado y yo creo estar viendo reacciones de las que tampoco estoy seguro. Como si en vez de emitir palabras o gestos, emitiera esencias que fueran los juicios que yo creo estar percibiendo. Su quietud, su impasibilidad me altera. Hay tensión y la tensión no se ve. La tensión no se mide. La tensión es la noche. Entra el calor y el está sentado. A veces cierra los ojos, como si estuviera quedándose dormido por la modorra, por el calor; pero yo sé que no duerme, que esta despierto, que maquina. Nunca he sabido que maquina, que es lo que espera. Nunca hay reacción, la reacción sucede en mi. Me hace reaccionar a mi, me cohibe. Dirige silenciosamente esta enorme insatisfacción.

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